Manuel Coma
¿Quién debe pagar?
Amediados de 2007, inmediatamente antes del comienzo de la crisis internacional, Chipre satisfizo los llamados criterios de Maastricht, que son las condiciones económicas que tenía que cumplir para disfrutar de la moneda común. No son necesariamente las condiciones de una economía rica sino las de una economía sana, honrada, aunque sea pobre, capaz de sostenerse y crecer. ¿Hubo falsificación y Bruselas tragó? Sería interesante saberlo. En todo caso, como con sus hermanos los griegos de Grecia, inmediatamente comenzó la francachela con una moneda tan prestigiosa como el otrora marco alemán. Lo comprado y gastado superó a lo vendido e ingresado. El próximo 3 de junio tiene que devolver deuda por un importe de 1.400 millones de euros y no los tiene. En futuros plazos el problema será peor. Ésta es la deuda del Estado, llamada por los economistas «soberana». Necesita un rescate, o sea, endeudarse más con unos para satisfacer las deudas con otros. La cantidad no es para tanto ni el derroche tampoco.
Pero ya aquí empiezan a surgir las trampas. La mayor parte de los acreedores son fondos de inversión que compraron la deuda pública con descuentos del 25-30% y ahora les van a devolver su dinero, no ya con los prometidos intereses, sino por su valor nominal. Les toca pagar a los contribuyentes europeos, tengan o no ahorros. Por supuesto, los alemanes más, pero hasta nosotros. ¿Tiene algo de asombroso que haya europeos, sobre todo los paganos de mayor cuantía, que digan que no, que ya está bien? Ya estamos acostumbrados a que los que han disfrutado de la juerga digan que ellos tampoco. Así es la naturaleza humana. No se consideran culpables. Lo son sus políticos y banqueros. Y sí que lo son, pero todos los beneficiarios de alguna y varias maneras también. No es menos humano que políticos y financieros quieran salvar sus gaznates. Que paguen los alemanes. Un redentor y catártico rodar de cabezas no lo vemos por ninguna parte. Cabezas bien apuntaladas por contratos blindados con pagas multimillonarias por despidos, equivalentes a bastantes años de jugoso sueldo. El que la hace no la paga, sino que la cobra.
Sin embargo, las deudas del Estado no son lo más grave. Lo grave es el estado de la elefantiásica banca del minúsculo país. Todo un refugio bancario, por no decir paraíso fiscal. Tiene depósitos por entre el triple y ocho veces del PIB, según autores, que en el tema no se estila la coherencia. La banca ofrece intereses privilegiados y seguridades de anonimato, compitiendo suciamente con sus rivales de la zona euro. Pero la banca ha perdido demasiado dinero, sobre todo comprando insensatamente deuda griega –soberana– que en el segundo rescate a ese país ha sido laminada, prestando dinero a griegos que no pueden devolverlo y haciendo otros malos empréstitos, así que el rescate –préstamo– importante es el de la banca o ésta se viene abajo. Tiene muchos depósitos pero pocos bienes propios, llamados activos, con los que hacer frente a las pérdidas. Está descapitalizada. Para salvarla hay que recapitalizarla. Pero Europa se plantó. Dijo estar dispuesta a dar 10.000 millones de euros si hay un autorrescate de €5.800 millones, a base de gravar con un tributo de una sola vez a los impositores, un porcentaje mayor a los que superaran los 100.000, menor a los que estuvieran por debajo. Y ahí se armó la gorda. Los grandes impositores son sobre todo rusos con fortunas de dudoso origen. ¿Debe salvarlos de toda merma el sufrido teutón y otros colegas europeos? Echarían a patadas a Merkel, que tiene elecciones este año. Por otro lado las normas europeas garantizan las cuentas inferiores a esa cifra. ¡Ya está otra vez la Unión Europea saltándose sus propias leyes! Pero los ahorradores chipriotas han sabido desde hace mucho la clase de cloaca internacional que eran sus bancos, y se sentían muy felices de las ventajas que a ellos les reportaban. Los más listos retiraron sus depósitos hace semanas o meses. ¿Deben, también, los restantes ser salvados de toda pérdida a costa de los contribuyentes europeos?
El tema de la posible ilegalidad no es baladí, pero lo realmente importante es la cuestión del autorrescate, caiga sobre quien caiga. Es un giro de 18 grados en los procedimientos seguidos hasta ahora. Unos ponen el grito en el cielo, otros ven el cielo abierto. Lo que se ha venido haciendo ha tratado en todo momento de evitar un pánico financiero: la gente acudiendo a vaciar los bancos para llevarse su dinero. Ahora resulta que la Unión Europea, torpemente, puede contribuir a provocarlo. La escuela contraria piensa que por fin hemos llegado al elemental sentido común de que cada palo aguante su vela y eso es una buena nueva. Entre estos dos extremos, el plan ha cambiado de día en día.
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