Ángela Vallvey
Radicales libres
En química, un radical libre es una especie con algún que otro electrón desparejado, desmelenado. Estos radicales se forman porque siempre hay por ahí cierta reacción química que, a nada que hace una pausa, favorece su nacimiento. La principal característica de los radicales libres es que son extremadamente inestables, de gran poder reactivo y de vida media corta pero devastadora. Los radicales libres lo son tanto que les sobra incluso el apelativo de «libres», que ya se considera obsoleto. Con llamarse «radicales» van que chutan: pertenecer al grupo «metilo» o al «alquilo» provoca recelo suficiente en cualquier compuesto orgánico de pro. Los radicales libres poseen una existencia independiente y se pueden sintetizar en un laboratorio con la misma facilidad con que se generan de forma espontánea en los organismos vivos. Atacan a degüello, llegan hasta el material genético si hace falta. Pero incluso dentro del conjunto de los radicales libres –como todo en esta vida–, los hay más centrados, otros más primarios y algunos más estables, igual que existen los positivos y los negativos. Por eso no se les puede achacar a todos el mismo átomo. Intervienen en reacciones de iniciación, de propagación o de terminación, y se crecen y multiplican en situaciones de estrés o de contaminación ambiental. Tras las últimas elecciones, el Parlamento Europeo se ha llenado de «radicales libres», políticos que quizás sean, obviamente, productos reactivos a las implacables políticas activas que estamos sufriendo los europeos por parte de la UE. La misma Europa, cuyos líderes antaño acostumbraban a montar una revolución o una guerra mundial a las primeras de cambio, tiene unos ciudadanos que ahora se defienden como átomos panza arriba en cuanto el organismo público hace una pausa, o sea: convoca elecciones.
Nota: incluso en un cuerpo robusto, los radicales libres pueden provocar daños celulares... ¿irreversibles?
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