Alfonso Ussía
Rahola y el gato
Soy canófilo y felinófobo. Recelo de los gatos. Cuando conocí, años atrás en una «Tertulia» de Luis Del Olmo a Pilar Rahola, supe desde el primer momento que vivía con un gato. Este detalle es el único que seriamente me distancia de mi compadre sevillano, el gran barroco Antonio Burgos. Los gatos procuran confusiones. El epigrama del siglo XIX: «Una gata encantadora/ tengo, van a verla ahora,/ es una cosa divina./ ¡Pepe, saca la minina/ que la vea esta señora!».
Desagradable situación. Era tan celoso el gato de la duquesa de Fabian-Mouchot, que arañó con saña los ojos de su amante - el de la duquesa, no el del gato-, Laurence Pipet, el hijo de su jardinero. Pero aquello sucedió hace más de dos siglos, y a mí lo que me importa es lo que sucede en la actualidad. No lo puedo remediar. Enciendo el aparato de la televisión, aparece Pilar Rahola,y toda mi casa huele a gato. Es inevitable. He adquirido un chisme que actúa de pulverizador, como el de los cines, pero se trata de un chisme inútil. Cambio de canal, y el tufo a gato se alivia. Tuve una novia en mi juventud que era un ser esplendoroso. Superé que «pillaba taxis» y «pillaba resfriados», pero no lo que me confesó pocos minutos antes de subirse al tren que le llevaba a su casa, en Cáceres. «Lo primero que voy a hacer al llegar a mi casa, es abrazarme a mi gato». Le pedí el rosario de mi madre y se quedó con todo lo demás. Admito a los gatos callejeros, mucho más inteligentes, pero abomino del felino de salón, del mismo modo que me emociona la mar y sus habitantes, y no puedo reaccionar ante el espanto que me produce una pecera. He renunciado a más de una amistad provechosa después de conocer que poseían peceras con ciprinos dorados de la China, el pez más cursi que ofrece la naturaleza. Tengo para mí que es bastante probable que Pilar Rahola, además de gato tenga una pecera con algún «ciprí», que así se tiene que decir en catalán. «Pilar, que me pregunta Mas si vas a asistir a su mitin en Hospitalet para que te reserve un sitio en primera fila»; «No, no puedo ir, porque estoy muy preocupada con el "ciprí"que está "desescamat"».
Y falta el loro. Una casa seria no puede tener un loro, cotorra o papagayo. Maravilloso verlos en libertad. En mi primer viaje al Amazonas, con Miguel De la Quadra-Salcedo, tuve la suerte de ver, mejor admirar, a un grupo de guacamayos volando hacia la selva. Pero ese loro malhumorado, prisionero a cambio de frutas y pipas, carece de sentido en los interiores hogareños. No lo puedo asegurar, porque jamás he estado -y no pienso cambiar de actitud-, en la casa de Pilar Rahola, pero mucho me temo que también tiene un loro. Gato, ciprino dorado de la China y papagayo amazónico. Y el gato, con alto porcentaje de acierto, de angora, así blanco y pelusón, distante y enfadado con el mundo, intratable, maníaco y un tanto sádico.
La verdad es que en esta mañana de domingo mi intención era escribirles un artículo de mucha trascendencia y hondura. Pero he encendido la televisión y ha aparecido Pilar Rahola. Mi casa se ha puesto a oler a gato. He ventilado y cambiado de canal. Y desde ahí, en continuo descenso. Me he figurado a Pilar Rahola dando de comer a su ciprino dorado de la China, que puede ser que no lo tenga, y del ciprino he pasado al papagayo, del que carezco de noticias acerca de su existencia, pero la vida de un escritor se sostiene en la lectura, la observación y la intuición, y presiento que no yerro en mis figuraciones.
Todavía huele un poco a gato cuando doy por terminado mi artículo.
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