Elecciones Generales 2016

Recta final

La Razón
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Casi nadie de los que votó el 20 de diciembre ha cambiado su voto. Y no hago más que preguntar a propios y extraños. Lo que sí ha cambiado es el número de gente que se abstuvo: lo dice el voto por correo, que se ha duplicado, y otras personas que decidieron su abstención justificándose en la corrupción, y ahora ven que lo que podría venir es mucho peor que eso. Y es que somos un país de descontentos. Pasamos del rosa al amarillo sin solución de continuidad. De emocionarnos con la selección de fútbol a pensar que son una panda de cansados que ya no tienen remedio. Y las cosas tampoco son así. En la política no se puede opinar como en el fútbol. Es demasiado importante para la vida, y para nuestro futuro. O eso creo yo.

El caso es que los políticos se afanan en convencernos en los próximos y últimos días de aquello que –suponen– nosotros no hemos visto en los últimos meses. La política tiene algo de racional, de cerebral, de algo que se decide porque afecta a las cosas que hacemos, a lo que estudian nuestros hijos, al colegio o escuela donde estudian, a las inversiones que hacemos, al dinero que ahorramos, a lo que nos gastamos, a los lugares donde nos lo gastamos, a lo que recibiremos de pensión, a lo que pagamos a Hacienda... Quizá por eso y por mucho más debemos pensar en nuestro voto. O deberíamos. Pero no. Votamos con las vísceras. Con el estómago. Con una mirada de soslayo a ese vecino que envidiamos u odiamos... Con el sentimiento. Como los nacionalistas a los que a veces denostamos. Y no puede ser. Así no se puede votar. El futuro, nuestro futuro, no puede depender de un estado de ánimo o de cabreo. O no debería. ¿Qué hacer? Reflexionar. Pensar. Meditar el voto. Aunque sea por una vez. Por esta vez. Los finales de campaña son un poco disparatados y esquizofrénicos, pero quizá porque obligan a la gente a algo tan desagradable como pensar a qué partido votan. Y eso no es plato de buen gusto. Ni siquiera en una recta final como ésta. Pero, amigos míos: ¡hay que votar! Y hay que votar de la manera que digo –al menos esta vez– pensando en lo que implica y el futuro que queremos para España, para nuestras familias y para nosotros mismos.