Marta Robles
Regalo navideño
Hace ahora una año me reía yo del «buenismo» navideño cuando un buen amigo de entonces –los amigos van y vienen como casi todo en la vida– me alertaba sobre él. Sin embargo, este año, quizás atacada por ese bicho que inoculan los momentos a superar y que siempre deja un poso de tristeza, aterrizo en la Navidad con ganas de reconciliarme con el mundo, de hacer el bien a diestro y siniestro, y de mirar a los ojos de las personas, con confianza. Y en ese estado de, digamos, «amor verdadero», me encuentro con la noticia de la vacuna del ébola. ¿Qué tendrá que ver?, dirán algunos. Pero yo si encuentro la relación. Hace ya no sé cuánto, pero poco, desde luego, al menos desde la perspectiva de alguien como yo, que ya ha vivido la mitad de su vida, el ébola era una amenaza para Europa y una condena de muerte para África.
Ahora, de manera milagrosa, parece que el ser humano, el mismo que roba y asesina, pero que también puede cambiar la realidad y volverla menos inhóspita, ha logrado que, incluso hasta en esos espacios de menos privilegio, la vida pueda valer un poco más, gracias a un nuevo avance de la ciencia, que ha derivado en esa vacuna rVSV-ZEBOV, desarrollada por Canadá y producida por la farmacéutica Merck.
Tras los ensayos realizados, parece que su eficacia es del cien por cien. Y eso significa que la crónica de una muerte anunciada deberá buscar nuevos argumentos para acabar con la vida de tantas y tantas personas que ya se veían en el centro de la diana. Será el «buenismo», pero me parece todo un regalo navideño.
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