Alfonso Ussía

Rencor e incultura

La Razón
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Eliminar la calle del heroico Capitán Cortés, defensor del Santuario de la Virgen de la Cabeza, en la sierra de Andújar, es un insulto innecesario a la Guardia Civil. Eliminar la calle del General Millán-Astray, militar monárquico, fundador de la Legión, es un insulto a quienes van a cumplir el primer centenario del Tercio, que tan brillante papel lleva ejerciendo, durante décadas en sus misiones internacionales.

La Guardia Civil y la Legión representan la ley, el orden y la lealtad institucional la primera, y el heroísmo, la abnegación y el deber el segundo. El desprecio a la riqueza personal, el rechazo al dinero. El amor a España, la vocación y el servicio. Y eliminar la calle del comandante Zorita por haber bombardeado Guernica es insultar a los que han decidido que el comandante Zorita bombardeó Guernica cuando aún no era aviador. Lo más que pudo hacer el comandante Zorita contra Guernica fue lanzar con un tirachinas alguna piedra contra la ciudad vasca desde una colina próxima. El comandante Zorita se recuerda en el callejero de Madrid porque, siendo ya aviador, fue el primer español que rompió la barrera del sonido.

Simultáneamente se mantienen las calles de Santiago Carrillo, sanguinario genocida y delator de sus propios compañeros a la Policía del franquismo, y de Largo Caballero, el político socialista que sabía y aprobaba que en las afueras de Madrid, por las laderas de Paracuellos que descienden hasta Alcalá de Henares, Torrejón de Ardoz y Ajalvir, bajaran torrenteras de sangre inocente. A ellos no se les ha aplicado la parcial «Memoria Histórica» que aquel imbécil nos dejó como única herencia de su Gobierno, con independencia de la ruina.

El General Moscardó, siendo coronel, fue admirado y valorado por sus propios contrincantes por su resistencia en la defensa del Alcázar de Toledo. Su gesta no ha sido discutida ni rebajada por sus peores enemigos. El desesperado intento de debilitarlo a cambio de la vida de su hijo, coacción a la que no accedió, está escrito en la Historia. Quitarle la calle es insultar a todos los militares, incluidos los que combatieron contra su dignidad.

Se han dado y se darán más pruebas de sectarismo y revancha. Por ahí se mueven una Causapié socialista y el de «Podemos» que hace gracias –humor negro, según el juez Pedraz–, con las cámaras de gas de Auschwitz o Treblinka y las cenizas de los judíos masacrados, o con los huesos y los miembros amputados de una víctima del terrorismo y unas niñas secuestradas, violadas y asesinadas. Las feministas ni «mu», como es su deber y obligación. Con ochenta años de retraso no se ganan las guerras. Es justo recordar a los que defendieron con honor y valentía los ideales republicanos, y a quienes padecieron la barbaridad de la revancha en los años durísimos de la posguerra. Pero esa justicia se desvanece cuando se elimina lo mejor de la memoria histórica de un lado para compensar la ausencia en el recuerdo del otro. Búsquese lo mejor y sea homenajeado sin límite ni diferencias.

Ése tendría que ser el objetivo de la interpretación literal de la memoria Histórica. La suma, no la eliminación. El abrazo después de siete décadas, no el burdo desenlace del resentimiento.

Madrid tiene asuntos pendientes de mayor urgencia. Más cultura y menos rencor. Nos iría a todos muy bien, dentro de lo que cabe, que cabe poco.