Julián Cabrera
Revolucionarios de adoquín
Tanto los vecinos que legítima y pacíficamente se manifestaban en el barrio burgalés de Gamonal, como los ciudadanos que acudían casi en romería familiar a las concentraciones surgidas con el 15-M y otros miles de españoles que de forma libre y pacífica salen a la calle para reclamar mejoras sociales, tienen un problema común. Manipulación orquestada y violencia organizada.
Que nadie se llame a engaño, hay una parte nada desdeñable de la llamada izquierda radical que se considera legitimada y ungida, no sabemos por qué fundamentos humanos o divinos para tomar la calle por la vía del contenedor quemado y la pedrada. A ello se suma que estamos ya en año electoral con los comicios europeos a la vuelta de la esquina y eso significa que muchas ciudades españolas volverán a brindarnos esas imágenes, que tanto gustan a alguna Prensa internacional y a las que no hay telediario que se resista.
El problema pone de manifiesto una doble derivada. De un lado, la asignatura pendiente en política de seguridad, plagada de complejos y de otro, el interrogante que arroja como precedente la paralización por temor a la violencia, –caso del Gamonal– de una acción de gobierno en este caso municipal que formaba parte de un programa electoral votado mayoritariamente en las urnas. Insisto en el precedente. Los «jaque al rey», «rodea el Congreso» y otros movimientos iracundos, cuyo corte es todo menos democrático y pacífico merecerían una respuesta contundente por parte de los ciudadanos de buena fe que salen a la calle con sus reivindicaciones bajo el brazo o de lo contrario éstas, por legítimas que sean acabarán tan manchadas como desvirtuadas. Hay mucho macarra que más allá de conocer revoluciones como la de los claveles, sólo se reconoce en la revolución del adoquín.
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