Alfonso Ussía

Rivalidades

De siempre han existido rivalidades veraniegas. San Sebastián competía con Zarauz y Fuenterrabía. Zarauz era antigua y Fuenterrabía desastrada. En Zarauz, eso sí, había una casa con fantasma muy aficionado a las apariciones nocturnas, realidad que nos producía una cierta envidia a los veraneantes donostiarras. Nos inventamos que en un piso de Miraconcha se aparecía otro fantasma, pero un fantasma de piso no tiene seriedad ni fundamento de susto. Fuenterrabía tenía el aliciente de la proximidad de la frontera. Se saltaba el espigón de entreplayas y uno se plantaba en la francesa de Hendaya, mucho más favorable a las miradas que las de Fuenterrabía, San Sebastián o Zarauz, donde hasta bien entrados los años sesenta las mujeres bañistas acudían a bañarse vestidas de tal guisa que parecía que se disponían a tomar los hábitos. Además de prohibirse terminantemente el biquini, los trajes de baño femeninos llevaban una falda superpuesta para evitar tentaciones. En el norte de España, desde Galicia al cabo Híguer, la última roca de España, al conjunto textil confeccionado para adentrarse en la mar procelosa siempre se le llamó el traje de baño, nunca el bañador, que es término sureño. Traje de baño para bañarse, bañero para vigilar el baño, y bañista el que disfrutaba del baño. Esa mala costumbre del ser humano de cambiar de lugar de veraneo ha sido la culpable de que en el norte se oigan frases tan terribles como la que sigue:

«Ese bañador amarillo es muy pequeño». Y todos buscamos a un chino bajito. Porque el bañador es el que baña. Si es amarillo, chino, si negro, congoleño, si blanco, islandés, si morado, obispo en trance de refrescarse, si rojo, de Inquierda Unida y si azul, de la Falange Española y de las JONS.

En Sotogrande, por ejemplo, todos los habituales se refieren al «bañador», y ese pequeño detalle nos concede a los norteños un cierto empaque de superioridad.

No obstante, en las playas norteñas, por su grandiosos espacios, se frecuenta una costumbre absurda que en el sur resulta imposible. «Jugar a palas». No se dice «jugar a las palas», que sería lo correcto, sino «a palas». La memez consiste en una especie de tenis con palas de madera muy molesto para todos aquellos que no juegan «a palas» y reciben los pelotazos de los afanosos competidores. Nunca he comprendido la desaparición del artículo y el mantenimiento de la preposición. Una mañana de marea baja, en el sur bajamar, siempre es buena para intentar pescar quisquillas y cangrejos en las rocas que limitan las playas. Y se dice «vamos a las rocas», no «vamos a rocas». Ya lo saben los visitantes que veranean en el sur y acuden al norte a descansar del sur. Se juega «a palas» y se va «a las rocas».

El que juega a «las palas» y va «a rocas», no tiene nada que hacer por aquí.

Los dos grandes competidores del veraneo en España –con todos los respetos que merecen la Costa Vasca, Baleares, Asturias, la Costa Brava y levantina y el Puerto de Santa María y Huelva–, son en la actualidad Comillas y Sotogrande. Por «Comillas» se entiende, además de la Villa de los Arzobispos, desde Alfoz de Lloredo –Novales, Cóbreces–, hasta Valdáliga, –Roiz, Caviedes, Vallines, Labarces–, pasando por Ruiloba, como es menester. Como Marbella, que abarca desde Cabo Pino al Puerto Banús y San Pedro de Alcántara, muchos kilómetros entre uno y otros. Sotogrande, al ser una urbanización, se reúne en sí misma y adquiere un carácter muy reservado, que se acentúa cada siglo, que es lo que decimos en Comillas que tardan en pasar los meses de agosto en Sotogrande. La formidable urbanización gaditana cuenta con los mejores campos de golf de España y el mejor torneo de Polo. También, con el agua más fría del continente europeo, Keflavik incluída. En Comillas tenemos el campo de golf peninsular más antiguo de España, unos «links» que parecen escoceses, los del Real Club de Golf de Oyambre, que sólo cuenta con nueve hoyos. Pocos kilómetros más hacia el poniente, está el Golf de Santa Marina, de incierto futuro, y en la capital, el de Pedreña, una maravilla insuperable. Pero en golf y polo, pierde Comillas, hay que reconocerlo. Sucede que no es posible la rivalidad, porque veranear, sólo lo hacen los que frecuentan el norte. Veranear es huir del calor, buscar las temperaturas agradables, escapar del agobio. Aquí se veranea y allí se pasa el verano, que es diferente, y más de uno se va a enfadar conmigo por decir estas cosas tan impertinentes e innecesarias, pero dolorosamente ciertas.