Alfonso Ussía
Roble campeón
Garbiñe Muguruza es un roble español, un roble vasco, un roble campeón. Por otra parte, también entre los robles existen clases. Hay robles bien hechos y mejor crecidos y robles que se echan a perder. Garbiñe Muguruza es de los primeros, y entre ellos, el más hermoso de todos.
Hace dos años eliminó en los Campeonatos Internacionales de París a Serena Williams. Serena Williams no es un roble, es más bien un armario, y juega al tenis como los ángeles. Cuando terminó el partido, Serena Williams declaró que había sido eliminada por la tenista joven con más futuro. El pasado año, en una superficie que no era la suya, la de hierba en Wimbledon, Garbiñe Muguruza alcanzó la final del torneo más prestigioso del mundo. Perdió la final con Serena Williams. El armario superó al roble. Pero en sus palabras, Serena dedicó a Garbiñe el consuelo de los campeones. «Hoy estás decepcionada, pero un día, con toda seguridad, ganarás en Wimbledon». Y anteayer, en París, el roble ha vencido con rontunda armonía al armario, consiguiendo su primer «Grand Slam» y situándose, gracias a la victoria, en el segundo lugar del tenis mundial femenino.
Garbiñe, hija de vasco español y de caraqueña, nació en Caracas. Pero ha elegido ser española para el tenis, y todos los españoles le debemos ese honor, el regalo que nos ha ofrecido. Venezuela es una gran nación, pero en los últimos años lo único bueno que ha venido a España desde Venezuela ha sido Garbiñe. Con su triunfo en Roland Garros se inicia una carrera triunfal que puede ser apabullante. Garbiñe, cuando está bien y a gusto en la pista, sólo puede ser derrotada por Garbiñe. Con ella, el equipo español puede aspirar a todo. Los Juegos Olímpicos le aguardan, y ahí está la hierba de Londres a la vuelta de la esquina.
Nuestra campeona, además de una deportista excepcional, es una mujer de una belleza impresionante. Las marcas deportivas y las firmas más prestigiosas de la moda se pelean por ella. Garbiñe convierte en estético lo que no es. Tiene un entrenador francés con un esparadrapo pegado en la nariz que parece haber comprendido su personalidad mejor que su predecesor. Garbiñe, que tiene aspecto de calmada, sosegada y tranquila, es un manojo de nervios que sólo se desahoga cuando apabulla al tenis. Y fuera de la cancha es una mujer normal, de su tiempo, políglota, bien educada y con una sonrisa que alegra al fado más triste, el pinar más anochecido y a la angustia más acuciante.
Lo que ha conseguido Garbiñe Muguruza es muy difícil y sólo está al alcance de los deportistas elegidos. Le apoyó la España entusiasta y aficionada, y le falló la España oficial. Antaño, cuando nuestros tenistas participaban en una final de «Grand Slam», contaban casi siempre con la presencia y el apoyo del Rey. Cuando ganaba Santana no había un Rey en el trono, porque estaba exiliado. Lo mismo cuando venció Andrés Gimeno. Pero a partir de 1975, más de veinte Roland Garros, entre masculinos y femeninos se han venido a España, y casi siempre, son el Rey en el palco. Nueve veces Rafa Nadal, ídolo de Garbiñe, que a su vez es ídolo de Rafa Nadal. Una agenda institucional, por apretada que se halle, debe tener siempre la posibilidad de la improvisación.
Nadie apunta «acudir a la final que disputará Garbiñe» con antelación, porque llegar a la final es la culminación de un camino tortuoso, espinjoso y muy cabronazo. Pero si llega, la agenda se cambia y se acude a París a apoyar a una maravillosa tenista española que eligió a España para representarla en el mundo y en el deporte.
Se lo merecía. Y se lo merecerá. En la próxima, con el Rey de espectador.
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