Historia

Ángela Vallvey

«Royals»

La Razón
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Los «royals» europeos no realizan demasiadas obras de caridad. Perdón:... actos benéficos (el concepto «caridad» es incorrecto y expresa una idea que ya no es históricamente aceptada). Aunque, si quieren preservar su privilegio social anacrónico (el político lo perdieron hace tiempo), deberían mostrarse más cercanos al dolor y el sufrimiento de los humildes, los débiles, las víctimas, los desheredados... Algo que, verbigracia, hacía la de-saparecida Lady Di (sobre todo, cuando dejó de formar parte de la familia real británica), y que seguramente fue la clave de su éxito y popularidad. Por el contrario, en general se encuentran distanciados de la base de la pirámide social, como tradicionalmente lo estuvieron sus antepasados. Los herederos de las monarquías europeas mayoritariamente se han casado con jóvenes provenientes de las clases medias, y con ese entrecruzamiento de sangres (la sangre está en la esencia de la monarquía hereditaria, es parte de su legado) quizás hayan dado por concluida su aproximación «al pueblo». Pero las cosas no funcionan así ahora, y los ciudadanos han podido contemplar cómo personas «de las suyas» ascendían a los tronos... para no volver a bajar jamás. Incluso en las monarquías nórdicas, de una gran tradición «igualitaria», las jóvenes de modesta extracción social que lograron conquistar a un «príncipe de verdad» se han convertido en «it girls» antes que en princesas del pueblo. Quienes aprecian falta de entusiasmo público hacia las monarquías, reparan también en el evidente «alejamiento» de muchos miembros de dichas familias reales respecto del conjunto de los contribuyentes, y seguro que ponderan la imagen que ofrecen ciertos aristócratas con sensibilidad de papel «couché», o solo atareados en inaugurar grandes eventos, como azafatos de alto nivel. Así, las personas que pagan impuestos y mantienen el sistema, pueden sentirlos lejanos a los asuntos que les preocupan de verdad, y eso no hará que crezca el apego hacia las familias «reinantes». Se dice que el rey Alberto I de Bélgica, al que su país ensalzó como héroe, solía repetir que no quería ser buen presidente de una república ni buen rey, sino «buen ciudadano». Reinar en el siglo XXI no significa lo mismo que en el pasado, obviamente, pero la simpatía de los «súbditos» hacia los «soberanos» sigue siendo la clave para que estos últimos se mantengan «por encima» de los primeros y, quien no la cultiva, cava su descenso de la cima un poco más cada día.