Ángela Vallvey
Ruiz
Los nombres identifican y designan a los seres animados y a las cosas. El nombre, según la RAE, indica fama, opinión, crédito... Los nombres, en realidad, no son tan insignificantes como pueda parecer. Conozco a un médico que eligió a su enfermera, entre otras cinco aspirantes con iguales méritos, solo porque se llamaba Tránsito y él se ocupaba cada día de tratar muchos problemas digestivos. También me contaron la historia de una joven aprendiz, que trabajaba en una carnicería, de nombre Débora Cabezas. Por no hablar de otra doctora, una afamada ginecóloga boliviana, llamada Mira Barrigas... Asimismo, en el XIX, hubo un pequeño partido político cuya esencia era su feroz, y feraz, oposición a la idea de España –pues aún por entonces corría el runrún de que España es solo «una idea», y que como todas las ideas se podía combatir con otras, más poderosas–. En dicho partido vivían por y para ridiculizar todo lo que tenía que ver con España. Era un partido –y una partida– cantonal, cuya clientela ideológica, militantes y cabecillas, aborrecían el nombre mismo de España (o sea, que los nombres sí son importantes, como comprobamos una y otra vez). Un partido geográficamente periférico, aunque el primero a la hora de votar en Madrid, que enarbolaba su desprecio a España como bandera, o pañizuelo. A uno de sus prebostes se le ocurrió que una buena manera de humillar a España era encumbrar como diputado en Cortes a un emigrante de la España interior, perteneciente a esa clase social, despreciada por los ricos aborígenes, como mano de obra barata: jornaleros, criadas, albañiles... que iban a trabajar a la próspera región que su partido representaba. El nuevo diputado se llamaba Juan Ruin, tenía pues un apellido cuyo significado era: «Vil, bajo y despreciable. Pequeño, desmedrado y humilde, de malas costumbres y procedimientos. Mezquino y avariento»... Para el dirigente y sus cofrades, la imagen del español medio era «ruin», por eso eligieron a Juan Ruin como parlamentario: se les antojaba muy gracioso que Juan Ruin personificase a los españoles que tanto detestaban. Ruin, además, ejercía de manera entusiasta su papel de emigrante de la España profunda convertido en el más cerril antiespañol (estaba, sencillamente, agradecido por la paga). Y eso que ni siquiera pudo cambiarse el nombre –de Ruin a Ruiz, como actualmente sugeriría Rajoy, por ejemplo...–, porque su partido se opuso a una propuesta de Ley al respecto.
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