Alfonso Ussía

Ruth Beitia

En el despacho de mi casa de Ruiloba cuelga de una pared la medalla de oro de Ruth Beitia correspondiente al último Campeonato de España de Atletismo. Se subastó en la Fiesta de los Limones de Novales, en Alfoz de Lloredo. Ruth Beitia volaba un par de días más tarde hacia Moscú. Vuelve a Santander con la medalla de bronce del Mundial de Atletismo, justo premio a la trayectoria de este junco extraordinario. Es altísima, casi como Peña Cabarga, con una mirada maravillosa y guapa subida. Cruza la calle de una sola zancada. Como en la habanera de su ciudad, nos tiene a todos atrapados en una red invisible trincada al barrio pesquero y a una blusa, azul de mar. Lo mejor de Ruth Beitia es su naturalidad, su normalidad, exceptuando sus ciento noventa centímetros largos, que nada tienen de normales. Es la capitana del equipo de España, y se siente más española que los billetes de cien pesetas de Julio Romero de Torres. Lleva quince años sujeta a la disciplina diaria del deporte de élite, ha sido en numerosas ocasiones campeona de España, y de Europa, pero le faltaba esta medalla de un Mundial al aire libre. La más experta de todas, y el bronce al cuello.

Para mí, que había tomado la decisión de dejar el atletismo después de Rusia, pero en tal caso se lo tendríamos que prohibir. España ha fracasado en el Mundial, y sin ella en el equipo estaríamos al nivel de las Islas Maluku Selatán, que sinceramente, ignoro si existen o no, que por lo demás, muy poco me importa. Tenemos un presidente de la Federación Española de Atletismo, el inteligente vasco Odriozola, que nació con el cargo puesto. El ginecólogo se lo comunicó de esta manera a sus padres. «El presidente de la Real Federación Española de Atletismo ha nacido en perfectas condiciones». Tengo la intuición de que le ha llegado la hora del cambio, porque no siempre va a contar con Ruth Beitia para agarrarse a su esfuerzo como a clavo ardiendo. Podría ser ella su sucesora, porque le sobra inteligencia, experiencia, dominio del mundo del deporte, mano izquierda, cordialidad no fingida y además, es de Santander, una ciudad en la que se respira el amor a España de punta a punta. Ruth, que es excepcional en el deporte individual, en la superación de la soledad ante el reto, es una hacedora de equipo, de unidad, de fuerza compacta entre sus compañeros. La especialidad de Ruth Beitia no enriquece materialmente. Ha entregado su juventud a una experiencia dificilísima. Lo ha dado todo por ella y por España, y me temo que en España no están muy enterados todavía de su valor humano y deportivo. Claro, que es parte fundamental de una familia unida y ejemplar, eso, la familia, lo que quieren cargarse los que consideran que ese núcleo primero de la sociedad es una antigüedad destinada a su desaparición. Pues con la familia de Ruth, van de cráneo. Ganar una medalla de bronce en un Mundial de Atletismo tiene mucho más mérito deportivo que conseguir el Campeonato de Liga de fútbol en equipos como el Real Madrid o el Barcelona. Para mí, que Ruth va a continuar, al menos un año más, hasta los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Una medalla tira de otra y la olímpica le falta. Admiro profundamente a quienes, desde su individualismo, ganan medallas. La única que he conseguido en mi vida es la de la Vigen del Pilar que me regaló mi madrina con motivo de mi feliz nacimiento, pero el mérito lo tuvo mi madrina al regalármela.

Además, que ser una atleta triunfadora en Santander tiene más mérito. Vive en una ciudad que es permanente tentación para dejarlo todo, pasear y llenarse de su belleza durante un largo paseo diario. Machacarse en un gimnasio en Puertollano –con la venia de los naturales de Puertollano– es más fácil que hacerlo en Santander. Y escribo Puertollano como podría hacerlo de Irún o Albacete, y que no se me enfade la señora Cospedal. Localidades dignísimas, pero poco tentadoras en llamadas estéticas. En Santander o San Sebastián es muy doloroso encerrarse en un gimnasio y renunciar a los paisajes, exceptuando los días en los que la bóveda cantábrica se abre y se ahogan hasta los patos. Ruth Beitia es un orgullo de Santander, y su ciudad está obligada a agradecerle su trabajo. Su ciudad y su tierra, la Montaña de Cantabria, que es pleonasmo, porque Montaña y Cantabria significan lo mismo.

Te mereces estas palabras, Ruth. Y muchas más, y mejor colocadas en la maravilla de nuestro idioma, esa modesta lengua que sólo hablan cuatrocientos millones de personas en el mundo y en algunas zonas de España está prohibida. Pero tú y yo nos entendemos, y esa realidad, por hoy me vale y me sobra.