Alfonso Merlos

¡Salga del burladero!

Empecemos por el principio. Si el PSOE como vieja organización y Blanco como veterano político tuviesen vergüenza torera, hace mucho tiempo que el genio de Palas de Reí habría sido expulsado como diputado o habría presentado de motu proprio su dimisión. Pero agua pasada no mueve molinos. Lo mal hecho, mal hecho está.

Lo crucial es que llega la hora de la verdad (¡por fin!). Y lo decisivo es que tendrá que ser sacado a la plaza, a empujones, un mal maestro que ha utilizado el aforamiento como burladero pero que, ahora en el centro del ruedo, tendrá que medirse ante la opinión pública a pecho descubierto. Toca dirimir si sus gestiones como mandamás de Fomento fueron errores, chanchullos o, directamente, horribles delitos. Y el camino que deberá enfilar en este último extremo no es otro que el de la pena de prisión y la archimerecida inhabilitación.

Casi todo el sendero del «caso Campeón» ha estado jalonado de meteduras de pata, despropósitos, provocaciones, gestos de soberbia probablemente infundados por los que quizá no sólo el otrora Rasputín de Ferraz deba pagar. ¿O no podría terminar Rubalcaba ingresado en la unidad de quemados intensivos más a tiro después de volver a asegurar que pone la mano en el fuego por su camarada?

Ocurra lo que ocurra, se pruebe o no en toda su extensión el tráfico de influencias, el ascenso y caída de Blanco señala a la perfección la tragedia que ha supuesto para España engordar a los partidos con una casta de políticos profesionales tan taimados e intriguistas como incompetentes y dañinos. La regeneración democrática de nuestra vida pública pasa por la depuración de estos especímenes. Y esa aniquilación debe ser implacable. Por la cuenta que nos trae. Empecemos.