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¿Sánchez no dimite?

La Razón
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El escenario tras las generales ocupó buena parte de las conversaciones en el almuerzo que Mariano Rajoy compartió el 22 de diciembre con los presidentes del Congreso, Jesús Posada; del Senado, Pío García Escudero; del Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, y del Supremo, Carlos Lesmes. El presidente del Gobierno, como en todas las citas de más de tres personas, habló poco. Eso sí, la opinión de los comensales pareció unánime: los socialistas no van a permitir la investidura con su abstención. Por lo que todo desembocará de nuevo en las urnas. La posibilidad de que el PSOE forje una alianza con Podemos pasa por la renuncia de la formación morada a un referéndum... y ninguno de los presentes lo vio factible. Igualmente se expresaron las pegas de una repetición electoral: «Al cansancio que genera en el votante tal número de convocatorias y campañas encadenadas, con la más que previsible caída de la participación, se une el desgaste de los mensajes y de la capacidad de arrastre de los candidatos».

En el transcurso de esa comida, según me cuentan, Rajoy se centró en el análisis de los resultados. Y muy primordialmente mostró una enorme sorpresa, expresada en la pregunta: «¿Cómo es posible que Pedro Sánchez no haya dimitido?» Para el presidente no tiene sentido que aguante al frente del PSOE habiendo roto el suelo del partido y caído hasta los 89 escaños, el nivel más bajo que ha alcanzado jamás. A ojos de Rajoy, debía haber llevado al líder socialista a «tirar la toalla» para dar paso a otros. O, mejor dicho, a otra: Susana Díaz.

El progresivo descenso por el que caminan las siglas centenarias del PSOE bajo la batuta de Sánchez es consecuencia de su pérdida de peso entre las grandes clases medias urbanas. No es nuevo, claro. El abandono de un discurso nacional moderado y la renuncia a su identidad –y con ello a la centralidad– condenan al socialismo, si quiere aspirar al poder, a la fórmula de un tripartito al estilo portugués o incluso de un tetra o pentapartito. Ante esa tozuda realidad, el proceso de investidura que ahora se abre no permite a Rajoy hacerse demasiadas ilusiones. Sólo puede sentarse a esperar a ver si el secretario general socialista comprende que la política, más allá de cuestiones personales, es el arte de hacer lo posible. Y lo imposible para el PSOE es volver a introducirse en unos comicios en los que Podemos terminaría dándole la puntilla.