Cástor Díaz Barrado

Secuestro en Libia

El secuestro del primer ministro libio, Ali Zeidan afortunadamente se ha resuelto para bien. La duración y las circunstancias en las que se ha producido este acto ponen de manifiesto que no era intención de los secuestradores poner en riesgo la vida de Zeidan y que, en el fondo, era una llamada de atención al Gobierno libio por su política con los Estados Unidos en determinados asuntos Por lo menos, así cabe interpretar que el secuestro tuviera lugar una vez que fuerzas de los Estados Unidos hubieran capturado a un presunto terrorista de Al Qaeda. Las relaciones entre Libia y los países occidentales no son, desde luego, estables, a pesar de que el nuevo Gobierno libio llegó al poder, en muy buena parte, como consecuencia de la intervención militar de países de Occidente, eso sí, una intervención limitada en el tiempo y en el espacio y bajo el paraguas del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Lo primero que corresponde, entonces, es sentar las bases para que estas relaciones no estén jalonadas de sobresaltos y que, con independencia de los aspectos ideológicos de una u otra parte, se puedan llegar a acuerdos que beneficien a todos. Seguro que ésta es la voluntad del Gobierno libio pero, también, de los Estados Unidos y del resto de países que apoyan la estrategia norteamericana en la zona. Pero para alcanzar un estadio de colaboración de este tipo se precisa de mucha diplomacia y, sobre todo, de negociaciones permanentes no sólo en el ámbito económico sino, fundamentalmente, en cuestiones de índole política. El Gobierno libio tiene la tarea por delante de pacificar el conjunto del país y de crear, paulatinamente, una fuerza de seguridad única que vaya desplazando el poder de las milicias que se asentaron en el país tras el derrocamiento de Gadafi. Sin ello, es muy posible que se mantenga la inestabilidad en Libia y que no sea factible llevar a cabo una política exterior sosegada. Todavía queda mucho camino por recorrer y la desaparición del régimen de Gadafi no ha supuesto, en modo alguno, que hayan desaparecido los problemas a los que se enfrenta, históricamente, Libia. La comunidad internacional debe estar muy atenta a lo que sucede en este país porque, por ahora, nada hace presagiar que estemos ante un escenario totalmente pacífico. Corresponde a los libios resolver su futuro y alcanzar un marco estable de convivencia. Siempre es mejor lograrlo con la ayuda internacional, pero ésta debe prestarse de tal manera que no se complique todavía más la situación.