César Vidal

Sigue siendo el rey

Me he enterado de que uno de los premios que llevan el nombre de mi muy querido y nunca suficientemente elogiado Alfonso Ussía va a ser entregado a Arturo Fernández. Pocas veces se habría hecho tanta justicia precisamente con un galardón que está vinculado, entre otros valores, al de la auténtica excelencia que tanto precisa nuestra amada España. Hace ya años que gusto de llamar al actor «el rey Arturo» porque estoy convencido de que es el que domina de manera regia y caballerosa la escena de la alta comedia. Ahí sigue imbatido porque es un fuera de serie que logra el cartel de «no hay localidades» vez tras vez, porque provoca comentarios de admiración nada más salir a escena y porque arranca aplausos de gratitud de un público al que ha cautivado una vez más.

Hace tan sólo unos meses tuve ocasión de contemplarlo en las tablas durante dos horas ininterrumpidas, gritar, fingir, golpear el suelo con la palma de la mano, gimotear, arrodillarse, y todo ello tras una operación reciente. Al acabar la función acudí a saludarlo en compañía de mi hija para descubrir que daba la sensación de acabar de levantarse de la cama tras una noche de descanso reparador. No se trata sólo de su valía como artista sino también de su inmensa calidad humana. Luchador infatigable, fue antiguo boxeador –el «tigre de Piles»– se reenganchó en el servicio militar para eludir el hambre de la posguerra y no ha recibido subvenciones porque, según él dice, le daría vergüenza incurrir en esa conducta. El premio no podía ser más merecido, sobre todo, cuando lleva el nombre de un conocido monárquico, y es que Arturo, con el paso de las décadas, sigue siendo el rey.