Julián Redondo
Sin miedo y sin gol
Sacó El Salvador de centro y el balón apenas le duró 12 segundos. El balón lo quiere España, es su aliado, lo suyo. Lo persigue, y cuando lo encuentra, que no tarda, busca a Diego Costa, novedad en punta que agita los corazones e intenta añadir vértigo al fútbol-control de «La Roja». A los tres minutos, internada del forúnculo de Scolari, que se adelanta la pelota lo imprescindible para que el cancerbero salvadoreño, salida desesperada, le derribe sin oler más cuero que la bota del ariete. Diego Costa pisó el área sin miedo y sin reservas, consciente del riesgo que entrañaba el choque con Henry Hernández. No se arredró, no encogió la pierna, la estiró, picó el portero y Cesc, infalible desde el punto de penalti en partidos trascendentales, lanzó por encima del Obelisco. Luego, dos ocasiones más, las magníficas prestaciones de Javi Martínez al lado de Sergio Ramos y las de Koke –mitad Busquets, mitad Xavi– en las proximidades de Xabi Alonso. Lo peor del primer tiempo, el empate a cero, como si eso de marcar goles fuera asignatura pendiente. En Suráfrica, con 8 en los 7 partidos se ganó el Mundial. Pero el gol llegó, lógico y justo. Lo marcó Villa –también autor del segundo–, que se anticipó a Diego Costa, 74 minutos en el campo hasta que Xavi le relevó. Pasó la prueba; de la lesión, menos rastro que de la placenta de yegua. Acarició el gol en tres oportunidades. Ésa era una misión secundaria; la primera, demostrar que tiene una salud de hierro. Está fuerte, bien, aunque Del Bosque no le dé la titularidad dentro de cinco días contra Holanda. Tendrá minutos en el Mundial, que quiere ganarlo con España sin renunciar, como ha dicho, a la sangre brasileña que corre por sus venas. No es un desertor.
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