José Antonio Álvarez Gundín

Snowden y Crimea

Desde que Rusia se anexionara Crimea, el nombre de Snowden se ha vuelto impronunciable. Poco a nada se sabe de sus andanzas. Nadie le reclama, ni siquiera los que con tanto ahínco pedían para él una condecoración como mártir de la libertad. Los periódicos «progres» ya no le dedican artículos encomiásticos y las televisiones han perdido interés en su odisea. Hasta los alemanes, que pretendían apadrinarlo para vengarse de Obama por haber espiado a Merkel, le han dado las espalda. La explicación no parece estar muy lejos de Sebastopol. Al haberse refugiado en el regazo protector de Putin, cunde la sospecha sobre el papel que ha jugado el espía traidor en la anexión de Crimea. Dicho de otro modo, ¿qué documentos de la NSA sobre Ucrania ha puesto Snowden a disposición del Kremlin? La pasmosa facilidad y rapidez con que Moscú alcanzó sus objetivos, sin una sola víctima y con un coste económico descriptible, revela que disponía de información muy exacta sobre cómo reaccionarían EE UU y Europa, sobre todo Alemania. Putin no conducía a ciegas, pero ¿habría actuado con idéntica soltura sin la ayuda del prófugo norteamericano? Hay quien, de buena fe, exculpa a Snowden de su villanía aduciendo que gracias a él se ha desvelado la intrusión del Gran Hermano yanki en nuestra propia alcoba. Aunque eso fuera cierto, resulta imposible calificar de héroe a quien ha sido desleal y ha corrido a esconderse tras la capa de gobernantes poco ejemplares, a los que ayuda sin escrúpulos. Si de verdad hubiera querido desmontar la maquinaria abusiva de la NSA, Snowden debió haber acudido a la Justicia de su país, que lo habría amparado frente al poder. No lo hizo. Ahora, Crimea se ha encargado de quitar la venda a los inocentes y a los cínicos.