Alfonso Ussía

Sociología del Bernabéu

Me interesaba mucho la actitud del público del «Santiago Bernabéu» durante el Real Madrid-Barcelona del pasado sábado. Los antipáticos desprecios del separatismo catalán hacia el resto de los españoles podían haber infectado el espíritu deportivo de un público tradicionalmente educado y sabio. Lo primero que advertí es que había en los graderíos menos Banderas de España que en otras ocasiones, lo cual me tranquilizó. El «Barça», al menos hasta la fecha, es un club español y celebrar los goles del Real Madrid con Banderas de España equivale a rebajar el símbolo de todos a la representatividad de una grímpola autonómica. Sólo cuando el Real Madrid interviene en partidos de la Copa de Europa, como uno de los clubes representantes del fútbol español, la Bandera de España está justificada. El Real Madrid siempre ha celebrado sus goles y victorias con el color blanco.

No hubo histerismo forofo. El público animó al Real Madrid, lamentó con el silencio el gol de Neymar, vibró con la reacción de su equipo y se recreó en el júbilo cuando, uno, dos, tres, el Real Madrid marcó sus goles. Sinceramente, el Real Madrid, como institución, recibe mucho peor trato cuando visita Barcelona, donde una parte del público aprovecha un acontecimiento deportivo de gran importancia para hacer valer con notable agresividad sus reivindicaciones políticas, siempre asumidas y alentadas por la directiva del Fútbol Club Barcelona.

Me ratifiqué en el gran valor del individualismo sobre la masa que impera en Castilla, la Nueva y la Vieja, la Baja –La Mancha– y la Alta –con León–, de las que Madrid ha recibido tanta influencia y carácter. El público del Bernabéu no sabe hacer mosaicos humanos, y ello le dignifica. Se distrae. Si tiene que levantar un rectángulo blanco se olvida del momento, y si se trata de uno morado, lo confunde con la almohadilla y se sienta sobre él. No conforma una masa aborregada que colabora con el innecesario espectáculo. Para el público del Real Madrid lo importante es el partido, y no la exhibición perfecta, colorista y disciplinada del mosaico. Para esas chorradas están los regímenes de Cuba, China y Corea del Norte, que dominan los mosaicos humanos divinamente.

Ví en los alrededores del Bernabéu, horas antes de iniciarse el partido, a muchos aficionados con las camisetas del «Barça» y la cuatribarrada. Llegaron sin un rasguño a sus localidades y nadie les dijo ni afeó nada. Quizá imperó la tolerancia que la Corte de todos concede a los madrileños, que es ciudad abierta antaño poblachón manchego –como escribió Cela–, y en la actualidad, una inmensa urbe privilegiada por su experiencia como Capital de la nación en la que todos los españoles tienen cabida. El aficionado madridista que aparece con una simple bandera blanca del Real Madrid en los momentos previos a un «Barça»-Real Madrid, sólo alcanza su localidad si acude escoltado por la Policía, incluyendo en el término, claro está, a Los Mozos de Escuadra.

En Madrid, un partido de fútbol dura noventa minutos a los que hay que añadir los quince del descanso y los que el árbitro se permita conceder por tiempo perdido. Lógicamente, los medios informativos alargan las peculiaridades del partido durante unos días. Pero el aficionado madridista da por terminado el asunto cuando el señor de negro –que ya no viste de negro– toca el pito o silbato, que suena mejor. No hay debate posterior en plaza pública ni en foro urbano.

Me gustó, y mucho, la actitud del público del Bernabéu. Se comportó como una gran muchedumbre de personas civilizadas que se reúnen para ver y admirar a su equipo cuando compite con otro gran equipo de fútbol.

Nada más, y nada menos.