Jorge Urosa

Solidaridad encubierta

Cualquiera que haya tenido la oportunidad de hablar con gente que se dedica a los demás, a servir a los más necesitados, en comedores sociales o con la acción social de la Iglesia, sabe que el perfil de la gente que necesita asistencia ha variado durante estos últimos años. Hace tiempo que la crisis no hace distinciones, acepta a todo el mundo con la misma macabra caricia, padres de familia de clase media que siempre han tenido trabajo y que incluso durante gran parte de sus vidas han gozado de unas posibilidades económicas altas se ven abocados ahora al auxilio social si quieren poder dar de comer a sus hijos y llevar una existencia digna.

Cualquier cura de pueblo te puede aclarar que donde se atendían a seis u ocho familias ahora se atienden a más de cuarenta, y que la « clientela» son antiguos ejecutivos, o profesionales liberales, obreros de la construcción y hasta ex empleados de banca. Si la lacra de la crisis y la pobreza ya es dura, lo que es inaceptable es la hipocresia social, esta sociedad, si quiere sobrevivir, no puede consentir que los ciudadanos que por desgracia no tienen un empleo se sientan ni excluidos ni rechazados. No es de recibo que los comedores sociales, como está pasando en Aranjuez, tengan que repartir la comida a la familias en tupper para evitarque sean señaladas y estigmatizadas por otros vecinos.

El desempleo es una lacra social. Es, si se quiere, una desgracia, pero desde luego no es una verguenza, no podemos unir a la crisis la mayor de la pobrezas, que no es otra que la pobreza moral.