Marta Robles
Soma
Hoy, que es el día de celebrar la bajada de los precios de muchos medicamentos, me da por pensar en el soma, esa pastilla de insólitas propiedades, que aparece en «Un mundo feliz» de Aldous Huxley. Gracias a ella, los personajes pueden liberarse instantáneamente de sus penas: un gramo de soma cura diez sentimientos melancólicos y tiene todas las ventajas del Cristianismo y del alcohol, sin ningún efecto secundario. Una auténtica panacea de medicamento de ficción, que ya nos gustaría tener en la realidad, aunque fuese a precio de oro, para poder olvidar nuestras miserias. Sin embargo, nosotros contamos con nuestro soma particular, que no es otro que los ansiolíticos, esos relajantes que curan ansiedades y tristezas y que ayudan a dormir los peores pensamientos cotidianos, que son las drogas más habituales del mundo desarrollado. Los ansiolíticos y antidepresivos casi se prescriben para idénticos males que el soma y son, sin duda, esas pastillitas de la felicidad, gracias a la cuál infinidad de personas con vidas mediocres o sin esperanza, consiguen ir escribiendo sus días sin revolverse contra el mundo que les ha adjudicado esa suerte. Tal y como van las cosas, en estos tiempos oscuros de enorme malestar social, habrá que pensar si, además de ansiolíticos en pastilla, conviene tomarlos en los helados o hasta en el agua, como se hacía con el soma de Huxley, para evitar que cunda el desánimo. Decía Wilde que la realidad siempre supera la ficción. Y el propio Huxley, cuando publicó treinta años después de «Un mundo feliz» su «Nueva visita a un mundo feliz», dijo que nunca hubiera imaginado que tantas truculencias de su primera novela pudieran convertirse en penosas realidades con tanta rapidez.
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