Restringido

Sudamérica, una lección

La Razón
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Hace unos días se celebró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Argentina. La victoria del candidato no oficialista Mauricio Macri ha supuesto un cambio radical en la historia reciente de la alternancia política en los últimos años entre candidatos peronistas de distinto perfil.

Macri es un empresario independiente y liberal alejado de los partidos tradicionales de Argentina, en especial del peronismo, y más del peronismo populista kirchneriano que ha gobernado el país. Pero no es un outsider recién llegado con soluciones mágicas. Ha sido el Intendente de la capital, Buenos Aires, y ha conocido de cerca los problemas de la gestión de los asuntos públicos de una gran urbe, y los padecimientos de su relación con un gobierno nacional que le ha sido hostil.

Su victoria contra el fuerte aparato peronista y el poder oficialista del kirchnerismo, –con vocación de perpetuarse con una saga familiar y la tutela temporal del movimiento–, ha supuesto un cambio radical en la tendencia que ha vivido Sudamérica en el último decenio con los llamados movimientos bolivarianos y sus aliados Brasil y Argentina, y pone en evidencia los resultados de esas políticas que no han conseguido ofrecer el paraíso anunciado a los millones de ciudadanos a los que embaucaron con sus promesas, sino que al contrario, les han llevado a padecer todo tipo de restricciones, carencias y pérdida de derechos y garantías como ha ocurrido en la empobrecida Venezuela de Chávez y Maduro.

El crecimiento económico que han experimentado estos años debido al elevado precio de los recursos naturales de los que muchos de ellos disfrutan, y de algunos productos agrícolas especialmente demandados, no lo han aprovechado para transformar social y económicamente sus países, generar una economía productiva más allá de aquéllos, y propiciar la consolidación de una clase media fuerte sobre la que asentar su vertebración social y económica, y una organización política más transparente y alejada de la corrupción.

Es esta situación la que explica –con sus evidentes diferencias en cuanto al alcance de sus políticas y sus resultados en cada país pero en todo caso dando signos evidentes de agotamiento cuando no de fracaso–, la pérdida de popularidad y el fuerte cuestionamiento interno de la presidenta Rousseff en Brasil, las críticas y divisiones internas en la coalición del presidente Correa en Ecuador, y el fracaso total del chavismo en Venezuela confirmado recientemente con la derrota contundente del partido del presidente Maduro.

La no resignación a perder el poder por parte de estos movimientos y la negativa a reconocer el fracaso de sus políticas –detrás de las cuales se esconde su vocación de imponer el partido único y el régimen monocolor–, ha quedado evidenciado en el inaudito gesto de la señora Kirchner de querer prolongar su presidencia más allá de lo legalmente procedente, y en el hecho de no acudir por primera vez en la historia a imponer la banda presidencial a su sucesor, lo que hace augurar malos presagios a la colaboración institucional que debe darse entre las Cámaras de Representantes, donde sigue teniendo mayoría, y el Gobierno de la nación, situación que sólo Scioli con mayor sentido de Estado puede paliar.

La misma reacción hemos visto en el presidente Maduro, que ha advertido que plantará cara a la nueva mayoría, y que en modo alguno dará amnistía a los detenidos de la oposición por la mera discrepancia política con su gobierno.

Muchos de estos movimientos y sus líderes han sido presentados en nuestro país por parte de ciertos movimientos y partidos emergentes de la izquierda radical significada especialmente en Podemos como auténticos referentes de libertad, de progreso, de transparencia, y de una nueva forma de hacer política más cercana a los ciudadanos y a sus problemas reales. Y aunque ahora parece que quieren ocultarlo y no hablar de ello, se niegan a condenar sus actitudes y sus resultados, y siguen justificándolos dentro de la estrategia mentirosa y embaucadora que les caracteriza.

De todo esto debemos tomar buena nota y ahora que dicen que se recuperan, que ganan debates, y que quieren gobernar, no dejarnos engañar. Ya sabemos donde llegan sus promesas y lo que obtendremos de ellas. Y también el mal perder que tienen y lo reacios que son a abandonar el poder cuando los ciudadanos a los que dicen defender les invitan a marcharse de él. No podremos decir que no lo sabíamos. Nuestros hermanos en esos países lo han sufrido muchos años y han dado su veredicto de manera contundente. Tengámoslo en cuenta el próximo 20 de Diciembre. Es mucho lo que nos jugamos.