Jesús Fonseca

Suelo y techo de cristal

C ada día que pasa, se redoblan las exigencias de control y aportación. Hoy por hoy, los españoles no se conforman sólo con votar. Reclaman una participación más continuada y efectiva. Lo cual no quiere decir, para nada, que el ciudadano de a pie –ése que a su trabajo acude y con su dinero paga– quiera apartar, sin más ni más, a sus gobernantes. Ni tampoco que cuestione la naturaleza representativa de la política. No van por ahí las cosas, como a veces se apunta con peligrosa facilidad. La política es insustituible, pero con vigilancia y verificación ciudadana. Hay, en los pensares y sentires de los españoles, mucha más sensatez de la que algunas algaradas callejeras y frases temerarias aparentan. La gente percibe hasta qué punto la democracia está asediada y no quiere quedarse de brazos cruzados, porque conoce, también, hasta qué punto es un bien preciado y fragil. Asunto muy distinto es que muchos se sientan decepcionados con sus representantes y hasta furiosos, tal vez. Lo que la gente quiere es «techo, suelo y paredes de cristal», como ha señalado el presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, este fin de semana. Lo que la gente pide es que la escuchen y que se atiendan sus urgencias en tiempo y forma. Aquí es, pues, donde vale la pena detenerse. A nadie se le escapa ya que los abusos tienen los días contados. Se acabó la opacidad. Más allá de la fatiga e incertidumbre que nos zarandea, los ciudadanos quieren tener, de verdad, la última palabra. Ambicionan contar más en el pulso de lo público. En el pálpito diario. Apetecen, en fin, más participación, más arte y parte. Y nos conviene tenerlo muy en cuenta. ¡Atención! Una honda transformación social está en marcha.