Ángela Vallvey

Sufragios

La Razón
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El día anterior a las elecciones en USA aposté con unas amigas a que ganaría Trump. Ellas confundieron la predicción con la predilección –a pesar de que yo no sentía inclinación por ninguno de los dos candidatos y de que el asunto, en el fondo, me importa una higa–, así que, en el fragor de la discusión, olvidamos fijar la cantidad apostada y no he ganado nada con estas elecciones en las que todos hemos hecho pronósticos, la abrumadora mayor parte ellos... fallidos. Pero veo con estupefacción que «demoscópicos» profesionales, buscando explicaciones para justificar su profundo error de cálculo, echan la culpa a un «voto oculto» como quien acude a los fenómenos paranormales o religiosos para esclarecer lo que siguen considerando algo incomprensible, casi esotérico, un misterio sibilino... También se dice que el «voto de los hombres blancos sin educación, con pocos estudios», ha sido decisivo en la elección del nuevo presidente norteamericano, desacreditando así el criterio de una buena parte del electorado americano al que nadie reprochó antes su falta de formación académica (cuando, por ejemplo, votó por Obama). Esa posición, la de imputar los resultados de unas votaciones a la ignorancia del electorado, es muy discutible desde un punto de vista democrático. Recuerda a tiempos pasados (siglos XVIII y XIX), cuando el voto era restringido, las elecciones se hacían mediante sufragio censitario y solo unos pocos privilegiados tenían derecho a decidir por todos los demás. Pero la democracia no es eso. La soberbia moral de suponer que el criterio político que no nos gusta o se opone al propio es despreciable no es democrática. Calificando a los votantes de Trump de analfabetos y brutales también se cuestiona de paso al sistema, pese a que una de las acusaciones más graves sobre el ya presidente de EE UU sea precisamente la de «antisistema». Todo resulta, pues, muy confuso. ¿Quién es más antisistema, el que critica al sistema pero se pliega a sus normas y logra el éxito, o quien desdeña y se resiste a reconocer los resultados que produce el sistema? Late detrás del malestar y descontento que ha provocado Trump, entre otras cosas, una evidente desconfianza por el sufragio universal, la médula de la democracia. Puede que Hillary haya sacado unos votos más que Trump, pero denigrar los resultados electorales, por malos que parezcan, resulta cuando menos temerario. Si la democracia en realidad no gusta, ¿por qué régimen la cambiamos?