Historia

César Vidal

Sven Hassel

La Razón
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La gente olvida a una velocidad de vértigo y, en ocasiones, esa amnesia me abruma. Hace unos meses señalé mi pesar porque este año se cumple el centenario del nacimiento de José María Gironella y mucho me temía que, de la manera más injusta, las conmemoraciones no iban a ser numerosas. Gironella realizó aportes extraordinarios a la literatura española contemporánea, no se casaba con nadie y encima tuvo éxito, mucho éxito. Difícil iba a ser que le rindieran el tributo que se merece. También este año ha traído otro centenario literario, el de Sven Hassel, un autor danés que se afincó en Barcelona y que llegó al final de su vida bajo cielo español. Seguramente, para los jóvenes actuales, Hassel no significará mucho. Sin embargo, hubo una época en que sus novelas eran una cadena ininterrumpida de best sellers en distintas lenguas, incluida el español. Hassel, veterano de un batallón de castigo de la Wehrmacht, tuvo el mérito de contar la guerra desde el ángulo del soldado alemán de a pie, algo a lo que –no nos engañemos– ni el cine ni la literatura nos tenían acostumbrados. Lo hizo además con una maestría en la que lograba conjugar la acción con la crítica política –una crítica casi anarquista– y el horror ante la violencia. Escuché en cierta ocasión a uno de mis profesores de bachillerato calificarlo como macabro. Era mucho más. Su primera novela –La legión de los condenados– estuvo a la altura de «Sin novedad en el frente» y su éxito resultó tan extraordinario que Hassel acabó enhebrando una obra con otra a costa incluso de resucitar a personajes ya muertos. Nunca sabremos cuánto de verdad reside en las páginas de Hassel. Posiblemente, «La legión...» o «Los panzers de la muerte» –las dos mejores– fueran, efectivamente, autobiográficas, mientras que, poco a poco, la ficción fue ganando terreno a la realidad. Los neo-nazis siempre lo odiaron por su desprecio hacia el III Reich y tejieron leyendas calumniosas sobre su persona. Tampoco faltaron otros que lo vieron como un nazi encubierto, precisamente a él que contaba el placer que había sentido limpiándose el trasero con una foto de Hitler. Cuesta creer que hoy alguien lograra superarlo en su género. Los que disfrutamos y nos estremecimos con sus hazañas y las de sus camaradas del frente –Porta, Hermanito, el Viejo, Barcelona Blom, el Legionario– no lo olvidamos.