Alfonso Ussía

Temblor de mano

La Razón
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La Forcadell es la nueva presidenta del Parlamento de Cataluña gracias a los votos de los independentistas y de «Podemos», que también son independentistas. Resulta curioso que aquellos que desean terminar con la unidad de España sean los regidores de la Capital de España. Pero vayamos a la Forcadell.

La Forcadell no ha proclamado la independencia de la «República de Cataluña» desde un puesto de butifarras del mercado de la Boquería. Lo ha hecho desde la tribuna presidencial del Parlamento autonómico. Ha cometido, como poco, un delito de sedición compartido por todos los parlamentarios separatistas. Y hasta ese extremo hemos llegado, y lo escribo con tristeza y estupor, por la incomprensible dejadez del Gobierno de España. Una dejadez que se confirma con la reacción de Rajoy ante la gravísima declaración separatista.

«Recurriremos si es procedente». ¿Todavía estamos en esas? Lo que no se entiende es que aún no se haya interpuesto el recurso. «No actuaremos con ansiedad». Señor Rajoy: Todos los españoles estamos ansiosos de verlo actuar, aunque sólo sea en esta ocasión, con la misma ansiedad para mantener el Orden Constitucional que han demostrado los separatistas para romperlo. La ansiedad del traidor no se reduce con caricias, sino con firmeza. Y tiene usted y su Gobierno, además del apoyo de otros partidos políticos –PSOE y «Ciudadanos»–, todos los instrumentos legales para actuar contra los sediciosos desde el más diáfano panorama legal. «Lo que está pasando en Cataluña es algo de una enorme gravedad». Gracias, señor Rajoy por abrirnos los ojos.

«El Gobierno sabe lo que tiene que hacer».

¿Cree el señor Rajoy que a estas alturas de la tragedia, después de años de inacción y como consecuencia de los peores consejeros e influencias, los españoles confiamos en lo que tiene que hacer su Gobierno cuando, hasta la fecha, y en el caso que nos ocupa y preocupa, no ha hecho absolutamente nada? «Al Gobierno no le va a temblar la mano para tomar las decisiones que tiene que tomar». Con todo mi respeto, señor Presidente, déjese de chorradas. Al Gobierno, respaldado por una abrumadora mayoría absoluta en el Congreso y el Senado, no le tiembla la mano. Le tiembla todo. Los papos, la mano, los michelines, las corvas y las canillas. Y vuelvo a lo de siempre, señor Presidente. De sus malísimos, torpes, nefastos y desleales consejeros que forman su círculo hermético de cobardía, está obligado a prescindir. «Lo que está sucediendo en Cataluña es culpa de Mas, no de Rajoy». Eso lo ha manifestado Albert Rivera, y tiene casi toda la razón. Pero el «casi» es muy importante. Un «casi» puede cambiar todo un futuro. En su primera etapa poética en su Metapa natal lo escribió Rubén Darío: «Casi, casi me quisiste;/ casi, casi te he querido./ si no es por el casi, casi,/ casi me caso contigo». Y el «casi» es su falta de seguridad, su creencia que con buenas palabras va a detener un proceso en marcha de fragmentación de España. Y el cumplimiento de su obligación no depende de los consejos de Arriola, sino de la exigencia de respuesta de millones de españoles, que aún señor Presidente, la estamos esperando desde un común alarde de buena voluntad.

Los separatistas han actuado con chulesca violencia disfrazada de «democracia». No le estamos pidiendo una respuesta de violencia física, pero sí de contundencia legal. El tiempo de las buenas palabras se ha agotado. Lo cierto es que se había agotado hace un año, y muchos –entre los que me encuentro– intentamos interpretar positivamente su política pusilánime. Pero ya no.

No soy republicano. Pero envidio aquella decisión de la Segunda República metiendo en la cárcel a los proclamadores del «Estado Catalán Independiente», y enviando a la Guardia Civil a desarmar a los amables Mozos de Escuadra. ¿Que habrá lío en las calles? Con plena seguridad. Pero la firmeza bloquea una mayor violencia. Previene del desastre. Y entre un poco de lío y España, señor Presidente, la segunda es la única opción admisible. Lo esperamos por su bien y el nuestro.