Alfonso Ussía
Thyssen
La Fundación y el Museo Gulbenkian se establecieron en Lisboa por las exigencias administrativas y fiscales que le impusieron en España. Los museos y las colecciones de arte no escapan a los caprichos políticos. En el proyecto original, el Guggenheim tenía su lugar reservado en la bahía de Santander. El Gobierno de España intervino, y se culminó en Bilbao. Fue el Palacio de La Moncloa y no «Sabin Etxea» el responsable del relanzamiento artístico de la capital vizcaína. Con la sumisión del miedo al separatismo, el Gobierno de España consideró conveniente agradecer al Gobierno vasco su falta de colaboración en la lucha contra el terrorismo etarra con tan extraordinario regalo. Santander no precisaba de ungüentos y vaselina, y Bilbao sí. Y el Gobierno de España eligió ser sodomizado por el nacionalismo vasco.
Traté mucho, en vida de Don Juan De Borbón, al matrimonio Thyssen. El barón, Heini, era torpísimo con los idiomas. Después de diez años en España no le entraba nuestra lengua común. Se aprendió de memoria una pregunta que formulaba a todos los que acababa de conocer, y un comentario a las respuestas afirmativas. –¿Te gustan los toros?-, y si la contestación era positiva, remachaba. –Pues tienes el mismo gusto que las vacas-. Pero nada más.
Acudí invitado a la cena en su recién estrenada casa con aires de pagoda en La Moraleja, presidida por los Reyes y Don Juan con motivo de la instalación en Madrid de la colección Thyssen en el Palacio de Villahermosa. Una colección extraordinaria. En el brindis, el barón Thyssen, en su inglés germanizado, expresó su deseo de que su colección permaneciera en España «para siempre». Terminada la cena, me perdí por los salones de la casa hasta toparme con el «Mata Mua» de Paul Gauguin, una auténtica maravilla que Thyssen había regalado a su mujer, Tita Cervera.
La colección Thyssen se instaló en Madrid gracias, fundamentalmente, a la presión y el tesón de la baronesa, la española Tita Cervera. Ella misma, fallecido el barón, ofreció al Gobierno de España su colección privada, independiente de la expuesta en el Museo Thyssen. Una colección fabulosa, con el «Mata Mua» a la cabeza, y obras de Matisse, Bonet, Mir, Casas, Sisley, Nesbitt... y Goya. Muchos de esos cuadros se expondrán a partir de ahora en el Museo Carmen Thyssen de Andorra.
El ofrecimiento de la baronesa Carmen Thyssen al Gobierno de España fue respondido por nuestros gobernantes con un rosario de desprecios, groserías, exigencias fiscales que superaban lo inadmisible y un cansancio en el acuerdo que no puede entenderse. El nuevo ministro de Cultura, que ha manifestado el amor que el Gobierno de España siente por el cine español –siempre los complejitos–, no parece valorar en su justa medida la excelencia de la pintura. Sólo por exhibir y tener en España el «Mata Mua» de Gauguin, merece la pena el acuerdo. Pero mucho me temo que la cordialidad se ha roto y los acuerdos se han alejado. Como en todas las grandes colecciones, la de Carmen Thyssen contiene obras grandiosas y buenas pinturas de la clase media, que ya quisieran para sí la mayoría de los museos del mundo. La amabilidad fiscal de Montoro le obligó a vender un Constable. En Málaga y San Feliú de Guixols se muestra parte de la colección de Carmen Thyssen en sus respectivos museos, pero el Gobierno nada le agradece.
Yo le recomendaría humildemente al señor ministro de Cultura, que si el cine y las subvenciones que le concede le dejan un espacio de tiempo libre, acuda a contemplar el «Mata Mua» de Paul Gauguin. Que lo compare con las películas que pagamos los españoles por no verlas, y que actúe en consecuencia, siempre que actuar en consecuencia y con criterio sean exigibles a sus deberes y obligaciones.
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