Ángela Vallvey

Tirantes

La Razón
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Max Weber hablaba de la violencia como la manifestación más extrema del antagonismo entre voluntad y necesidad, y no como un elemento anacrónico propio de la falta de civilización, ni de los usos habituales de bárbaros pre-civilizados. Él reflexionaba de esta manera cuando poco faltaba para que se cerniera sobre el mundo la carnicería nunca bien ponderada de la I Guerra Mundial. A mí, a estas alturas del siglo XXI, se me escapa en el alma, aunque la entienda con el discernimiento, esa exquisitez analítica de Weber, su afilada prudencia filosófica. Ya ha llovido desde que «el látigo y el patíbulo» fueran el primer símbolo del Estado moderno, que diría Walzer. Sospecho que el siglo XX supuso una ruptura definitiva y definitoria con respecto al devenir humano. Después del siglo XX, es imposible concebir la violencia. No se puede justificar, si no es en legítima defensa. Y, seguramente, debería haber un rincón especial –en el Código Penal, o el infierno– para los asesinos y demás violentos enfermos de idiocia, para esos sádicos despiadados que cometen crímenes cuyo primer impulso es, por si fuera poco, una impúdica estupidez. En ese grupo de indignos quizás se podría incluir al supuesto asesino de un hombre en Zaragoza, a quien dicen que ha matado de una brutal paliza por llevar puestos unos tirantes con los colores de la bandera española. Si es cierta la información conocida hasta ahora, la víctima, Víctor Laínez, era un vecino de Zaragoza cuya «falta» fue lucir unos tirantes «fachas» de colores rojigualdas. Al igual que decían antaño los más cafres y retrasados sobre las mujeres que llevaban minifalda y sufrían agresiones sexuales: «¡Si es que van provocando!»... El/los asaltantes de Víctor, se sintieron desafiados y le atacaron por la espalda, como perfectos capones gallináceos. Uno al menos, detenido, a quien la juez imputa el crimen, tiene antecedentes, parece ser, por arrojar una piedra a la cabeza de un guardia urbano en Barcelona, al que dejó tetrapléjico, durante el desalojo de una casa okupa. Se dice que milita en la extrema izquierda, y que es muy activo en cuanto a ciertas «políticas de barrio». En sus redes sociales, el presunto homicida proclama: «Siempre colaboro en todas las propuestas que nos permitan abrir la mente y cambiar las cosas». Resulta amargamente irónico, sangrientamente rancio, y una dolorosa herida social, que para abrir las mentes, este individuo tenga que recurrir a las pedradas.