Política

Titán desde Saturno

La Razón
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Este verano un grupo de pintores, novelistas, poetas, músicos y escultores fue convocado a un edificio de la NASA en Connecticut. George Pendle, que cuenta la historia en la revista «Atlas Obscura», añade que uno de los asistentes pudo ser Thomas Pynchon. El objetivo de la reunión era «inspirar una respuesta artística al viaje del hombre a Marte», reto supremo de la NASA para los próximos 15 años. Algunos de los presentes abandonaron el convite perplejos. ¿Acaso los funcionarios de la agencia espacial aspiran a reclutarlos para un Sindicato Espacial de Artistas de Leningrado? Pendle describe el choque de trenes: unos artistas atetados en la libertad y, ay, el narcisismo, hijos de unas escuelas donde incluso la noción de aprender a dibujar con arreglo a ciertas directrices despierta suspicacias, no sea que la técnica y el oficio chafen la espontaneidad, versus unos científicos e ingenieros acostumbrados a la férrea burocracia de la NASA. Dos mundos casi irreconciliables que, explica el reportero, no siempre caminaron a su aire: Chesley Bonestell, que trabajó en Hollywood y pintó muchos de los decorados de «Ciudadano Kane», «Mary Poppins», «El planeta de los simios» y «La guerra de las galaxias», y antes de eso ejerció, en calidad de arquitecto, en la planificación del puente de San Francisco y el edificio Chrysler, secuestró la imaginación de millones cuando, en 1944, publicó en la revista «Life» una serie de cuadros en los que reproducía la vista de Saturno desde la luna Titán. «El arte dedicado al espacio», escribe Pendle, «no era algo nuevo, pero jamás se había visto con esa calidad cinematográfica». Cuesta imaginar el impacto de aquellas imágenes, acostumbrados como estamos a las fotografías del Hubble y las recreaciones en 3D, los efectos especiales, etc., pero su importancia parece incuestionable: igual que el bip-bip del Sputnik persuadió a los contribuyentes de que era necesario implicarse en la carrera espacial, Bonestell había fertilizado el terreno en el papel de policía bueno. Antes del miedo al oso soviético, a la posibilidad de contemplar la bandera roja en la luna, estuvo la persuasión y el encanto de sus láminas. Los congresistas que negaban con la cabeza, convencidos de que el gasto sería bestial y los beneficios dudosos, tuvieron que remar contra la acción combinada de la cuestión patriótica y el embrujo de un Bonestell. La retórica política pasaba por advertir contra la guerra nuclear, los comunistas y el totalitarismo, pero Bonestell ya había ganado con su silabario de cielos grandiosos, estrellas como lumbres y planetas dorados. Su arte, como antes las novelas de Verne, como después los documentales de Sagan, mantuvo abierta la caja de las ensoñaciones, con cientos de miles de niños soñando con navegar galaxias. Hoy, igual que hace medio siglo, resulta clave sumar a los artistas a la causa científica. Nos jugamos la investigación e inversiones de las próximas décadas. El mono pensante, horneado con ladrillos importados de una estrella, debe perseverar en la exploración del cosmos, única respuesta contra el al-deanismo global y su cortoplacismo de ratones miopes.