Julián Cabrera
Titubeos y acoso
La monarquía parlamentaria ha supuesto, entre otras muchas cosas, el fin de cualquier esperanza totalitaria en la historia reciente de nuestro país. Tal vez por ello, la que no parece haber sido totalmente desterrada es esa otra esperanza revanchista que desde hace algún tiempo se abre camino en una procesión para la que todo vale a la hora de poner en cuestión los fundamentos de la institución.
Hoy más que nunca se hace necesaria una línea divisoria lo más clara posible entre el «caso Nóos», donde sólo la Justicia dirá la última palabra, –la Casa Real ha sido especialmente cristalina en su último comunicado de respeto a los tribunales–, y lo que viene mostrándose como un indiscriminado fuego cruzado contra todo lo que rodea a la figura del Rey.
Ahora, para algunos, toca ponerse de perfil frente a la defensa de la institución, y para otros, directamente ponerla en cuestión, léanse algunas madrigueras mediáticas, los Urkullus de turno y la izquierda radical ávida de votos fáciles. Todos ellos, eso sí, muy cómodos con el sistema hasta antes de ayer.
Hacer de «sherpa» para los intereses comerciales españoles en su aventura internacional, aguantar el tipo en la Casa de Juntas de Guernica ante los ladridos de la caverna batasuna o merecer el mismo alto grado de reconocimiento ante los Bush, Clinton u Obama, con independencia de lo más o menos afortunado del inquilino de turno en La Moncloa, no parecen ser hoy credenciales para quienes se regodean en un renquear, en una ojeras o en unos titubeos.
Hay mucho de revanchismo tardío más o menos consciente o estratégico que acaba confundiendo a mucha gente de buena fe y me cabe la duda de si el objetivo es el Rey o, directamente, la propia institución monárquica.
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