José Luis Requero
Toca retratarse
Leída la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el «matrimonio» homosexual, la conclusión sale sola: ha hecho lo que se esperaba; no hay sorpresas. Su repertorio de elaboradas y razonadas sinrazones lleva a concluir que aquí vale todo; más que al relativismo, se apunta al nihilismo jurídico porque nada en Derecho tiene entidad. Las cosas son lo que son en Derecho si tienes mayoría parlamentaria, unos «lobbies» que te apoyen, poderosos medios de comunicación, el CIS -erigido en nueva fuente del Derecho- y, por supuesto, el Tribunal Constitucional. Teniendo esas armas, las de la razón jurídica sobran.
El Tribunal define el matrimonio: comunidad de afecto que genera un vínculo o sociedad de ayuda mutua entre dos personas, que en igualdad de derechos se unen para una vida familiar común. Tiene el detalle de decir que es entre «dos personas»; ¿una restricción?, quizás, pero no pasa nada porque el tiempo manda: como la Constitución es un «árbol vivo», susceptible de «interpretación evolutiva», de «lectura evolutiva», como todo es cuestión de «cultura jurídica», de «contexto sociojurídico», quien quiera otra cosa que se haga con esas armas a las que me refería y esa sociedad de ayuda mutua o matrimonio puede tunearse a gusto del contrayente. Me vienen a la cabeza decenas de ejemplos disparatados y aberrantes.Todos constitucionales.
Según el Tribunal, esa definición es el contenido esencial, la «imagen maestra» de lo que al día de la fecha es el matrimonio. La heterosexualidad y sexualidad en sí, es decir, la posibilidad de que esa «comunidad de afecto», esa «sociedad de ayuda mutua» sea por sí capaz de engendrar una vida humana es algo ajeno. Es más, como según el Tribunal esa «imagen maestra» del matrimonio -lo que se entiende por tal- no ha cambiado pese al «matrimonio» homosexual, hay que concluir que para el Tribunal la heterosexualidad y la posibilidad de tener hijos nunca han tenido que ver con el matrimonio. Osadía no falta.
La sentencia incurre en esa patología que es la contradicción. Así, recuerda su doctrina, que separa matrimonio de familia, pero en la definición de matrimonio mete la vocación de vida familiar de los cónyuges. O se remite a los ordenamientos extranjeros para constatar cómo se van equiparando las uniones homosexuales a las heterosexuales, pero silencia que no pocos países prohíben la adopción por parejas homosexuales. Lo que sí queda claro es que el Tribunal, en su afán por salvar y justificar la ley, no se da por aludido de que la adopción busca en la filiación biológica su modelo y se basa en el interés superior del menor, pero ¿qué es ese interés frente al del lobby gay, que busca con la adopción homologarse?
Es muy difícil hacer una crítica jurídica a una sentencia que se esfuerza en no serlo. Con todos los respetos, más que un texto jurídico, parece esas notas que un esforzado asesor le pasa a su ministro para que tenga argumentos. Sus razonamientos se tornan coartadas, razones selectivas que aun apoyándose en lo que «por ahí» se dice o se considera que es el matrimonio, intencionadamente ignora que «por ahí» otros muchos dicen lo contrario, o que hay legislaciones que blindan el matrimonio natural -que no tradicional- frente al «matrimonio» homosexual o que por «por ahí» hay solventes estudios que desaconsejan la adopción por parejas homosexuales, etc.
Pero no todo es negativo. Según el Tribunal en ese proceso de acercamiento jurídico de las uniones homosexuales a las heterosexuales, el legislador ha optado por una posibilidad, pero podría haber elegido una figura específica o no hacer nada o lo que ha hecho. Hay que darle las gracias porque pone a cada uno en su sitio. Como ni la Constitución ni su supremo intérprete -el Tribunal- es el final, ninguno cierra nada. Luego si estaba cantada la desestimación del recurso, no cabe que el PP le diga a su electorado que su responsabilidad empezó con el recurso y acaba con la sentencia. Pues no: ahora es cuando tiene que retratarse sobre qué entiende por familia, matrimonio, intereses de los menores. El Tribunal le deja el BOE a su disposición y a buena parte de su electorado expectante para saber en qué se diferencia del PSOE.
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