María José Navarro

Tony I, el Grande

Si es Vd. una de esas personas que, como tantos otros de nosotros, salivan como el perro de Pavlov al escuchar el sonido de nieve televisiva y el tono grave de la apertura de las series de HBO, entenderá esta columna. Si Vd. es una de esas personas que al ver una piscina se pregunta si una familia de patos podría fijar allí su hogar, si escoge una pizzería únicamente porque se llama Vesubio, si entiende que un buen día empieza recogiendo el periódico en albornoz a la puerta del chalet, entenderá esta columna. Si ha hecho de Fountains of Wayne uno de sus grupos favoritos tras ver aquella escena del almacén de material de obra, si se pregunta por qué no hay mesitas de café ante las carnicerías como en Satriale's, si cree que Diego Costa tiene cara de portero del Bada Bing, entonces es Vd. uno de los nuestros. Y, si lo es, estará Vd. hoy totalmente devastado por la muerte de James Gandolfini, Tony Soprano, personaje gigante, centro de una serie monumental, ese tipo al que tenemos miedo, simpatía, cariño y hasta admiración aunque sabemos que está mal ser fan de un gangster sin piedad. Los Soprano, esa serie maravillosa sobre mafiosos de clase media obligados a cancelar un ajuste de cuentas porque se les inunda el sótano, capaces de matar a un amigo íntimo por dinero o principios, se han quedado sin Tony y nosotros nos hemos quedado sin habla. Si ha entendido esta columna, hoy se estará preguntado, como todos, si al menos nos queda el consuelo de pensar que al fin le toca a Paulie Gualtieri ser jefe de jefes en New Jersey. DEP.