José Antonio Álvarez Gundín

Tres años y un día

Todo empezó aquella noche de hace tres años, noche triste del 9 al 10 de mayo, cuando aún no habían amanecido los mercados y una tensa vigilia aguardaba el veredicto del índice Nikkei. Los teléfonos de La Moncloa echaban humo, la vicepresidenta Salgado se afanaba desde Bruselas en apagar el incendio y Obama pedía línea caliente con Zapatero. El puente de mando atravesó insomne las altas horas y con el clarear del día pudo apreciar en toda su crudeza la magnitud de la tragedia: España estaba en parada cardiaca. Setenta y dos horas después, el presidente del Gobierno cumplió con su deber, decretó el estado de emergencia y ofrendó su cabeza a la guillotina electoral. Desde entonces, han transcurrido mil días de penitencia e incertidumbre en los que se ha arruinado el mayor capital que la sociedad había acumulado desde la Transición: su fe en las instituciones, su confianza en los políticos y su esperanza en que la siguiente generación viviría mejor. En apenas 36 meses se ha ido por el sumidero la autoestima de un país que, excesos aparte, había conquistado un lugar en el mundo con cierto orgullo y complacencia. Pero, ¿acaso está todo perdido? ¿Saldremos vivos de ésta? Son preguntas a las que hoy se enfrenta Rajoy en el Congreso. Se acusa al presidente de no tener «un relato» convincente que dulcifique los rigores de la travesía, algo así como una narración de esforzados paladines que derrotan al dragón y restablecen la felicidad del reino. ¡Ja! Para cuentos ya tuvimos bastantes durante ocho años. Ahora es tiempo de cuentas y lo exigible a un gobernante es que diga la verdad, que no oculte los problemas y que trate a los ciudadanos como seres adultos. Por lo demás, no hay más receta milagrosa para salir del túnel que la empleada por nuestros mayores durante décadas: trabajar más, gastar menos y ayudarnos entre todos.