Turismo

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La Razón
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Durante las vacaciones, la gente viaja y visita otros sitios. Se supone que capta la vida del lugareño y sus costumbres. Y que se impregna, que dirían los cursis. En los sitios que visitamos nos llaman la atención los contrastes, la convivencia de lo moderno y de lo antiguo, de lo lujoso y lo pobre. Hay también contrastes entre lo nuestro y lo de ellos. Por ejemplo, llama poderosamente la atención del detallista tiquismiquis que en algunos sitios se coma el queso de aperitivo y en otros, de postre. Debería llamar la atención de cualquiera la descortesía caprichosa del turista que no encontró zumo de naranja recién exprimida que protesta airadamente al recepcionista y que sin embargo desdeña la atención, la hospitalidad y la cortesía con que lo atienden gentes que no tienen la décima parte de lo que tiene ese turista, iracundo por una tontuna. Llama la atención, cuando uno va por esos mundos de Dios, la presencia constante de vestigios de los españoles durante el Imperio, lo que le hace a uno pensar en la que liaron unos cuantos extremeños con casco de lata (y a sus hagiógrafos se les fue la mano, vale); esto contrasta con el poco ruido que hacen éstos al reclamar lo suyo cuando se les compara con otros con más afán protagonista, ya me entienden. Tanta referencia al esplendor contrasta de vuelta al hotel con la imagen que del país da ahora nuestra televisión pública internacional, llenita de programas de corazón, de casquería emocional y entrevistas que dejan la imagen del españolito medio a la altura del betún, contraste irónico tras ver tanto escudo del Gran Capitán por las fachadas de los palacios. Y llama la atención esta cosa de votar sin parar, de estar en bucle. Que los extranjeros (adoro esa palabra que ya no se lleva) te miren como diciendo «pobretico, ya tiene que regresar a la urna en cuanto se descuide». Ya de vuelta, contrasta también el aeropuerto de Madrid con las colas, las mismas que se veían cuando el aeropuerto era viejo y chico, y contrasta la imagen de modernidad que se pretende dar con la imagen que realmente damos en la cola de los taxis, en la que impera la vieja regla de tonto el último y educación, la justa. Salimos, sí, pero ir pa ná.