Fútbol
Un circo de tres pistas
La frustración es ese enemigo que corroe, carcome, mortifica, traumatiza y miente. El anhelo que desaparece; el objetivo tangible que cambia a evanescente; la ilusión rota. Es sucumbir en la más importante de las transacciones; invertir en preferentes que los directivos de la caja desvían a un paraíso fiscal. De la tranquilidad económica al desahucio. Porfías con el vecino, le retas, le intentas convencer de tu superioridad y te hunde. Eres del Atlético, desafías al Madrid que gana sin paliativos y culpas a Simeone. Ni siquiera el «factor Ramos» –aquel gol del minuto 93 en Lisboa, el del fuera de juego en Milán o el del codazo alevoso a Lucas en el Bernabéu (min 45)– es responsable de esa demolición ejecutada en 90 minutos frenéticos y aleccionadores.
El sueño de una noche de junio en Cardiff se desvanece y la culpa es de Simeone, que asiste perplejo a los inconcebibles despistes de sus jugadores, a las entregas constantes al contrario, a la imprecisión más inoportuna de quienes con él han devuelto al Atlético a la cima del fútbol europeo.
Simeone es un funambulista que ha mantenido el equilibrio en tres pistas diferentes. Actúa sin red y lo hace aunque le muevan el alambre. El Atlético ha vuelto a ganar la Liga y la Copa con él y con él escala cada año la cima de la Champions. Compite y le temen. Le respetan. En la pista de LaLiga, discute con el Madrid y el Barcelona; en la de la Copa, progresa hasta donde el fondo de armario lo permite, y en la tercera, la máxima competición continental, ha jugado dos finales. La grandeza de Simeone no se discute, tampoco los éxitos de Zidane.