Tour de Francia

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Un inglés y tres alemanes en Normandía

La Razón
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Del abrazo de Adenauer y De Gaulle al paseo, tomados de la mano cual amantes, de Helmut Kohl y François Mitterand en Verdun, Europa busca reconciliarse mediante símbolos. No siempre bastan para espantar los fantasmas del nacionalismo, que hoy rebrota en Gran Bretaña en forma de regüeldos xenófobos. Miles de personas se manifestaron ayer en Londres contra el Brexit, lágrimas de cocodrilo que ruegan a «The Parliament» una corrección aristocrática del error populista: la democracia moderna es representativa y no asamblearia, deberíamos haber aprendido esa lección cuando Meleto atizó a la plebe contra Sócrates. Lo simbólico, sin embargo, tiene más fuerza. Casi a la misma hora a la que la muchedumbre se agolpaba frente al palacio de Westminster, se discernía el primer maillot amarillo del Tour 2016. La primera etapa salió de Sainte-Mère-Église, el pueblo en cuya iglesia permaneció colgado durante más de dos horas John Steele, un paracaidista de la 505 división aerotransportada lanzado sobre Normandía la madrugada previa al desembarco de 1944. La meta se situó en Utah Beach, una de las playas que las defensas Rommel y la artillería de la Wermacht sembraron de cadáveres aliados. Ganó Mark Cavendish, veterano velocista inglés que rompió el favoritismo de Kittel, Greipel y Degenkolb, el trío alemán de ases del sprint. Sus equipos llegaron a la meta masacrados por el esfuerzo para echar abajo la escapada del francés Delaplace y del estadounidense Howes. La mayoría de los lectores estarán convencidos de verse ante una simple historieta ciclista. Algunos preferirán contemplar en este juego de paralelismos la prueba de que están viviendo en la mejor versión posible de Europa: para esto sirven los símbolos, algo quizá demasiado sutil para las estrechas mentes de los aldeanos.