Sevilla

Un listo y miles de gilipollas

La Razón
La RazónLa Razón

El descreimiento de amplísimos sectores de la población, singularmente los jóvenes, genera el monstruo de la antipolítica. En España, en concreto, la férrea organización vertical de los aparatos ha engendrado una partitocracia abyecta que los nuevos partidos, lejos de combatir, abrazan con entusiasmo. Podemos y Ciudadanos se hallan inmersos en procesos de normalización, es decir, asimilándose a velocidad de vértigo a las dos grandes formaciones tradicionales, cuyas élites dirigentes no tienen intención alguna de explorar caminos para mejorar la calidad de nuestra democracia. El PP de Almería muestra en estos momentos la razón principal de la desconexión con los administrados: la pavorosa lacra de las listas cerradas que atornillan en la cúspide del sistema a gente de dudosa moralidad, mientras condena a una tóxica convivencia con ellos a elementos de valía. El alcalde de la capital, Ramón Fernández-Pacheco (entrevistado ayer en este papel), encarna todos los valores de la deseable descontaminación de la vida pública y no sólo por motivos de edad, sino por su talante regeneracionista. La tragedia es que nadie lo ayuda, ni desde Madrid ni desde Sevilla, en la tarea de limpieza, que es hercúlea, porque se acumula en la provincia más mugre que en los establos de Augías. No ayudan las palabras de su conmilitón Eugenio Gonzálvez, senador que asegura seguir mandando en Gádor, pero «en la sombra», y que exhorta a la pereza porque trabajar, sostiene, es cosa de «gilipollas». Ejemplares de este rebaño pacen por docenas en la sede de la soberanía nacional gracias a la exclusiva intercesión del dedazo de unos líderes que eternizan, por deshonestidad o simple molicie, el modelo caciquil. La militancia, a callar, a aplaudir y a pegar carteles.