Iñaki Zaragüeta
Un peligro global
Nadie en el mundo civilizado duda ya del peligro de la cruzada yihadista. Y España, al parecer, emerge como un campo idóneo para el reclutamiento de militantes fanáticos para obedecer órdenes mortíferas. Digo que nuestro país ofrece ciertos atractivos, más aún tras demostrarse que el brutal atentado del 11 de marzo de 2004 alcanzó el objetivo marcado, cambiar al Gobierno.
Esta misma semana se ha comprobado con las detenciones realizadas por la Guardia Civil, con el agravante de sumar mujeres a esa línea sangrienta sin importar que sean menores, bien sea para llevar a cabo actos terroristas o, como refleja hoy mi querido Zuloaga en estas páginas, con la denigrante tarea de dar satisfacción al reposo del guerrero.
El drama es que, lejos de amainar en sus dramáticas actuaciones, este movimiento da la impresión de haber elegido una dinámica con más muerte y tragedia para quien no piense como ellos. Si no que se lo pregunten a los cristianos perseguidos e, incluso, masacrados por los extremistas sin justificación alguna, por el simple hecho de tener creencias basadas en el amor. ¡Qué lejos quedan estas intransigencias de aquel pensamiento de Gandhi: «No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener hacia la fe de los demás el mismo respeto que se tiene por la propia!».
De ahí que estén más que justificadas la preocupación y la ocupación del Gobierno español y de cualquier otro –recordemos que han sido muchos los países afectados– para enfrentarse a este problema, cuyas consecuencias nadie desearíamos volver a vivir. Ni aquí ni en cualquier otra parte. Así es la vida.
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