Transporte aéreo
Un rincón burgués cualquiera
Cuando uno imagina el veraneo de helado y jersey por los hombros, de inmediato evoca los paisajes del Norte de España, la monumental San Sebastián, la jesuita Comillas, la portuaria Castro Urdiales... Cientos de localidades representan ese espíritu conquistador que llevó a la raza hispánica no a evangelizar un continente, que fue ésa misión de aventureros extremeños, frailes sin latines y marineros de fortuna, sino a convertir las primitivas colonias en prósperas repúblicas criollas durante el siglo XIX, cuando todos los milagros eran posibles. Un paseo por Oviedo proporciona un placer mayor que catar en pleno julio un aire que de anochecida es descaradamente frío: regala vistas multidimensionales, rincones (literalmente, el ángulo de la Plaza de la Escandalera que mira hacia la calle Uría) donde lo mismo se aprehende la inmovilidad asfixiante de la Vetusta de Clarín que se aprecia un poder quizás pequeño y provinciano, sí, pero sin duda esplendoroso. O que lo fue y se resiste a dejar de serlo. La sede del gobierno del Principado a un lado, la vieja Caja de Ahorros y el más viejo todavía Banco Herrero enfrente, el teatro Campoamor detrás... Las élites política, financiera y cultural se tocarían, literalmente, si sacasen la mano por sus respectivas ventanas, vigilados por ese Woody Allen de bronce que camina por Milicias Nacionales como maravillado de que, en el fondo, todas las ciudades del mundo se parezcan a su adorado Manhattan. Las compañías aéreas low cost ponen maravillas así a una hora y cien euros de cualquiera que tenga dos días libres. Y aún se quejan los rancios profesionales de la democratización de los viajes.
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