Abel Hernández
Un tal Blázquez
La Iglesia católica cambia de cara y de talante con la elección del arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, como presidente de la Conferencia Episcopal. Es el primer paso hacia la renovación que quiere Roma y el sector más lúcido y comprometido del catolicismo español para estar en sintonía con los planes evangélicos del Papa. Se espera que sea el comienzo de una revolución silenciosa que convierta a la Iglesia en referencia moral por su sincero acercamiento al mundo creciente de la increencia, sobre todo entre las nuevas generaciones, a las fronteras del sufrimiento humano, al desconcierto actual del clero y al desánimo de no pocos cristianos. La Iglesia deberá encontrar por fin su encaje en un Estado no confesional, en el que hay que respetar humilde y escrupulosamente la autonomía de lo temporal y procurar un gran pacto ético, además de un pacto educativo, con la España laica. Un esfuerzo similar y paralelo debería acometer la izquierda, que hasta ahora carece de una verdadera política religiosa moderna y sigue enredado en sus trasnochados prejuicios anticlericales y, con frecuencia, antirreligiosos. Y a esta gran reconciliación histórica deberían colaborar desinteresadamente el mundo intelectual y los medios de comunicación. El relevo obligado del cardenal Rouco Varela por Blázquez estaba cantado y ha sido, en general, bien acogido. El Papa Francisco lo señaló con el dedo cuando en la reciente visita «ad límina» de los obispos españoles lo recibió en audiencia privada. Castellano de Ávila, buen teólogo, heredero espiritual de los místicos castellanos, inspira cierta confianza para esta difícil misión. En su breve etapa anterior al frente del Episcopado llegó a entenderse en silencio hasta con Zapatero, mientras Rouco sacaba los ciriales y las pancartas a la calle. En Palencia sustituyó con éxito, lo que parecía imposible, al carismático Nicolás Castellano, que lo dejó todo y se fue de misionero a Bolivia. Y en Bilbao, el «tal Blázquez», expresión despectiva con el que lo recibió Javier Arzalluz, se trocó al final en «nuestro Blázkez» hasta para el clero nacionalista. Así que este obispo es una garantía.
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