Alfonso Ussía

Una fortunita

Se oyó grandiosa la frase. Se extendió la emoción por la izquierda violenta española. Se dice, aunque no puedo constatarlo, que más de un perroflauta dejó resbalar lágrimas por su rostro, eso, las lágrimas, a las que Virgilio figuraba como el rocío amargo. El gran poeta latino fue uno de los precursores de la metáfora. Tembló el Gobierno de España cuando sus componentes fueron informados de la decisión. Y en el PSOE, compitieron los gozos y las sombras. A mí, sinceramente, se me abrió la cicatriz de los viejos agravios y sangró una esquina de mi alma. Porque aquello era muy duro, inesperado y triste. Vuelvo a Virgilio, al que pude traducir gracias a mi maestro Santiago Amón. Así, los barcos que izaban su breve velamen, las mujeres que lloraban en la costa y el poeta que escribía de los «navegantes pañuelos de la despedida». Traducción probablemente caprichosa y libre, pero hermosa.

En España tenemos a un gran actor. Intérprete y protagonista de películas inolvidables. Mi problema es el de la memoria, y en este momento debo reconocer que se me han olvidado sus películas inolvidables. Pero es un gran actor, aunque siempre parezca que está interpretando la misma película, inolvidable por cierto. «Me autoexilio a Cuba, porque en España no se puede vivir». Creo que el gran actor que renunció a vivir en España se llama, algo así como Guillermo. Igual que Guillermo Tell. Por ese detalle recuerdo su nombre de pila, porque su nombre es de pila bautismal por una circunstancia terrible. Sus padres eran unos desalmados burgueses y creían en Dios y en el bautismo. Una vergüenza.

En el apellido puedo fallar. Mi memoria, que se blanquea y estremece de cuando en cuando. Es apellido de ciudad, Ávila, Toledo, Guadalajara. No, Guadalajara es muy largo. Quizá Toledo, y si no acierto, le ruego que me excuse. En su profesión, que está compuesta por personas de gran ingenio y originalidad, le dicen «Willy». En inglés, Guillermo es William –ahí esta Shakespeare para demostrarlo–, y a nuestro Guillermo lo conocen por «Willy», toque internacional que aplaudo. Bueno, el resumen. Que «Willy» se marchó a Cuba, donde le habían preparado una casa de las que no tienen los cubanos y toda suerte de facilidades para sobrevivir. Pero sospecho que sufre de aerofobia, es decir, de miedo a los aviones. Porque desde que dijo este gran actor que se iba a Cuba no ha salido de España. Está en todas partes. Y se ha erigido en el jefe intelectual de los perroflautas, los que se manifiestan por la dignidad y hieren a sesenta policías. Los que gritan a los sanitarios del Samur que no atiendan a los agentes del orden y los dejen morir. El saldo de la manifestación de la dignidad resultó desigual. Sesenta policías opresores heridos y veinte dignos oprimidos detenidos. Y al día siguiente, «Willy», que no había viajado a Cuba, se presentó con un grupo de perroflautas a las puertas de los Juzgados para exigir la liberación de los detenidos, pero no se le ocurrió presentarse en los diferentes hospitales de Madrid donde los sesenta policías se recuperaban de las pedradas de la dignidad, de los adoquines de la paz, de los palos de la convivencia, y de los barrotes de hierro de la solidaridad progresista.

En fin, un olvido que hay que perdonar a «Willy», que el hombre no puede estar en todas partes, que bastante tiene con compaginar Cuba y España, aunque en Cuba prohíban y traten a palos a los manifestantes, y de ahí que «Willy» no se haya autoexiliado todavía, por si acaso, por si allí la dignidad no terminan de comprenderla.

Le va a caducar la vigencia del billete. Y vale una fortunita.