César Vidal

¿Vamos a empezar de nuevo?

Entre las muchas secuencias memorables de la película «¿Vencedores o vencidos?», dedicada a los juicios de Nüremberg, hay una que me ha venido varias veces a la mente en la pasada semana. En ella, el brillante abogado encarnado por Maximilian Schell interroga a una testigo, Judy Garland, con la obvia intención de salvar a su cliente. El letrado lleva a cabo su cometido con tal crudeza que, finalmente, el acusado (Burt Lancaster) lo interrumpe enérgicamente y le espeta: «¿Vamos a empezar de nuevo?». La pregunta es toda una reflexión moral e histórica. Se podría resumir brevemente en la conclusión de que cuando se asumen ciertos comportamientos que llevaron a pésimas sendas, corremos el riesgo real de desencadenar los mismos dramas. Saco esto a colación por el ramillete de noticias, aparentemente menores, que han saltado a los teletipos en los últimos días. En Aragón, un grupo anarquista coloca un artefacto explosivo en una iglesia. En Baleares, los nacionalistas catalanes crean una situación de caos educativo sólo para impulsar su programa expansionista en, sobre y contra las islas. Finalmente, asaltan una librería porque en ella se presentaba un libro sobre José Antonio. No soy católico, no vivo en Baleares y no tengo precisamente buen concepto del fundador de la Falange, pero todas esas conductas son repugnantes y, potencialmente, muy peligrosas. Que alguien asalte un lugar de culto, sea iglesia, sinagoga o mezquita, es un acto de barbarie que indica únicamente el grado de fanatismo, letal para una sociedad civilizada, que anida en el corazón de los que lo perpetran. Que se utilice cualquier excusa para seguir adelante con un programa político manipulando, mintiendo y estafando es sólo una vileza, la de jugar con fuego, un fuego en el que podemos quemarnos todos porque la paciencia tiene un límite. Que, por enésima vez, se ataque un libro es el paso previo a comenzar a agredir a las personas, porque, como certeramente, señaló Heine: «La gente que empieza quemando libros acaba quemando seres humanos». Quizá a algunos de esos necios irresponsables que van por ahí ondeando la bandera tricolor de una república que vino ilegítimamente y que acabó como el rosario de la aurora, todo esto les haga ilusión. Quizá a algunos de los que sueñan en la revolución pendiente que no llevaron a cabo en cuarenta años estén encantados. Quizá los nacionalistas sin nación disfruten como monos. Sin embargo, cualquier persona decente y sensata sólo puede horrorizarse ante todo esto mientras se pregunta: ¿vamos a empezar de nuevo?