Cristina López Schlichting
Vidas apasionantes
Si de algo sirve este gobierno interino indefinido es para probar lo bien que se está sin gobierno. Casi nadie habla normalmente de lo que importa y es estupendo tener tiempo para hacerlo. Me toca estos días repasar biografías famosas y constato que los puntos fuertes de la vida de las personas son apenas dos o tres: amores, hijos, trabajo. Saber que Stefan Zweig era hijo de un industrial judío, que detestaba la universidad y que se fugó con su secretaria, con la que acabó suicidándose en Brasil, permite por ejemplo encuadrar una existencia. Los años que vive un hombre están hechos de estas pequeñas cosas. El pintor Balthus quedó muy positivamente marcado por los amores de su madre con el poeta Rainer María Rilke, manda narices. Y la obra de la escritora Irmgard Keun se potenció mucho gracias a su relación con Joseph Roth. En el pequeño espacio que al fin y al cabo es la Europa de entreguerras queda muy patente que las personas sufrieron el nazismo y el bolchevismo espantosamente, pero que los ejes de su creatividad parecen depender mucho más de sus amigos y parientes, en definitiva, del amor. Se traducen unos a otros –como Zweig a Verhaeven– se ayudan y albergan en las casas –Rilke visita medio continente– se frecuentan y quieren entre sí. Rodin fascina a los jóvenes, lo mismo que Renoir, ambos los tutelan e impulsan. Thomas Mann y Alfred Döblin lanzan las vanguardias. Claudel y sus amigos van de café en café. Todos se mecen en las cadencias de los que se quisieron y apreciaron antes: Hofmannsthal, Byron, Verlaine. De este recorrido entre 1900 y 1945 me ha dejado fascinada la fuerza de dos factores: la verdad y el amor. Todos estos señores y señoras andan medio locos por reflejar con verdad lo que ven, que es otra forma de decir que viven con tanta verdad su propio drama personal que no pueden evitar ser honestos en sus respectivas obras. Quizá por eso se aman con tanta fuerza y aman tanto lo que hacen. Pocas cosas más conmovedoras que la descripción que Stefan Zweig hace de Rodin en plena creación artística, tan entregado a la escultura que llega a olvidar lo que le rodea y está a punto de dejar encerrado a su amigo –que lo acompañaba en silencio– al salir del estudio. Las biografías no son siempre risueñas. ¡Qué joven muere de leucemia Rilke! ¡Cuánta injusticia con los artistas judíos en el Oeste o con los cristianos en el Este! Y, sin embargo, hay tanto talento y tanto entusiasmo en sus vidas que no pueden sino suscitar envidia. Ninguno de ellos era muy distinto de nosotros, sus problemas, al cabo de dos guerras, eran superiores, pero su existencia fue apasionante porque ellos le concedían una gran importancia. Los judíos fueron asesinados o huyeron. Los cristianos combatieron en la Segunda Guerra Mundial o se exiliaron. La política del siglo los golpeó duramente con su odio pero, de todo aquello, queda una obra maravillosa y eterna.
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