Alfonso Ussía
Voló el poeta
Se me han abierto, con el trabajo que cuesta mantenerlas compactas, las carnes del muslerío. Me pinchan y no sangro. Me cosquillean las plantas de los pies y a lo más que llego es a sonreír como Enric Sopena. Ha volado el poeta. Guardo en mi memoria el poema que le brotó de la sensibilidad cuando su amado comandante Chávez se convirtió en un chándal sin vida interior. Bellísimo poema, no tan logrado como el de Miguel Hernández a Ramón Sijé, «con quien tanto quería». No tan profundo como el de Antonio Machado al simpático asesino Enrique Líster «si mi pluma valiera tu pistola». No tan emotivo como las numerosas rapsodias dedicadas por Federico de Urrutia al Generalísimo Franco. Pero un poema es siempre un golpe de agua cristalina y fresca que inunda el alma. «He amanecido con un Orinoco triste paseándose por mis ojos». Atención a la metáfora. Por los ojos del poeta, por los ojos de Juan Carlos Monedero, el Orinoco no fluye, no discurre, no colicua «hacia el mar, que es el morir». Simplemente pasea. Hermoso hallazgo. «El Río Paseado» podría titularse su primer poemario. Y un final esplendoroso, arrebatado de luces lloradas y melancólicas: «He amanecido con un Orinoco triste paseándose (insiste en el paseo) por mis ojos, y no se me quita. Aguanta, aguanta, para ayudarnos a quitarnos este miedo de la soledad de cien años».
Guiño amable y culto a Gabriel García Márquez, que los grandes poetas comprometidos con la lucha obrera siempre homenajean a quienes han ganado más dinero que ellos. Poema inmortal, libre, sin rima, sin métrica, sin estructura, del juglar que ha volado de la jaula de la política, como bien ha dicho otro poeta, Pablo Iglesias, que no vuela, que se sacrifica por todos manteniendo quietas y firmes sus martirizadas alas.
Tuve la suerte, en 1991, de navegar por el Orinoco desde sus bocas selváticas hasta Ciudad Bolívar. Y fueron mis ojos y el asombro constante de mi mirada los que pasearon por sus aguas fuertes y sepias de minerales arrastrados y maderas robadas a la selva. Pero lo de Monedero es una metáfora, una figuración y la Poesía –con mayúscula– no puede analizarse con rigidez textual. El prodigioso Orinoco a la mar llega por un inabarcable estuario de bocas y de islas, pequeñas selvas separadas por las aguas, verdes y pujantes, como el color traicionero de los dólares americanos.
¿Será «Podemos» lo mismo con el poeta que sin el poeta? Ésa es la pregunta. Pablo Iglesias no parece sentirse preocupado. ¿ Le invadió a Stalin la angustia cuando Piotr Golubenko le presentó su dimisión? ¿Quién era, además de su Jefe del departamento de contabilidad, Piotr Golubenko? Comparado con él, nadie. Iglesias, que no domina el español pero sí la egolatría del poder omnímodo, ha declarado que Monedero le ha presentado la dimisión y que él la ha aceptado.
Las dimisiones no se aceptan, ni se admiten. Las dimisiones se asumen, por cuanto son acciones voluntarias no sujetas a reacciones positivas o negativas ajenas a la propia voluntad del dimisionario. «Es un intelectual que desea volar y ser más libre». Preciosa síntesis de un descalabro.
Monedero ha anunciado que desea cobijarse en la literatura de Juan Goytisolo. Dulce cobijo y sosegado amparo le deseo. Puede llamar al memo melindres de Lasalle, el segundo de Wert, que ha sido el que le ha dado el «Cervantes» al cobijo y al amparo. Podía haberle dado también un antídoto contra el tostón, la grosería y la incoherencia. Al final, los poetas se reúnen en la letra no escrita de la belleza. Goytisolo, Lasalle, Monedero... Tres pájaros en vuelo, tres pájaros sobre las nubes, tres pájaros de cuenta.
¿Y en «Podemos»? Total y plena tranquilidad. Iglesias ha «admitido» la dimisión de Monedero, el de sus cuentas, su Golubenko particular. Vuele muy por lo alto Monedero, porque Golubenko no terminó bien.
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