José María Marco
Volver al catalanismo
En estos días se ha presentado un libro titulado «Perles catalanes», sobre los malos catalanes. Es un catálogo de seres despreciables que han colaborado con el invasor castellano. Ésa es la narrativa, como se dice ahora: España como potencia imperialista y los catalanes como pueblo oprimido. Algo más serio parece el manifiesto de 170 autoridades lingüísticas catalanas que denuncian la «ideología del bilingüismo» y aducen que sólo el catalán es la lengua del «país» y, como tal, el único instrumento lingüístico capaz de vertebrar Cataluña. El manifiesto ha sido patrocinado, muy de acuerdo con los tiempos que corren, por un grupo llamado «Llengua i República». Fue presentado en la Universidad de Barcelona, ni más ni menos.
El acto de «Llengua i República» ha puesto nerviosos a algunos círculos catalanes. Argumentan que esa posición exclusivista no está en la tradición del catalanismo. Ahora bien, eso mismo se puede decir de toda la deriva nacionalista, y no sólo de la ocurrida en estos últimos años, cuando, a punto de tener que ser rescatados, el nacionalismo antes «respetable» se volvió independentista.
No vale decirse nacionalista cuando resulte conveniente y catalanista cuando a cada uno le parezca bien. El nacionalismo fue una ruptura con el catalanismo, quebró su tradición y recreó una supuesta tradición catalana en las fórmulas nuevas del nacionalismo que surgió en toda Europa hace ahora poco más de un siglo. Y los nacionalismos, por mucho que exalten la identidad propia, tienen la virtud de ser almas gemelas en todas partes. Unos potencian lo específicamente catalán, otros lo específicamente francés, italiano, alemán o español. Ahora bien, todos se basan en lo mismo: soñar una nación que no existe, acabar con la que se tiene (que es siempre la nación liberal y constitucional) y afirmar una doctrina excluyente y en el fondo racista, aunque la cuestión de la raza y la sangre, que gustó tanto, se disimule ahora bajo la más respetable de la cultura o la lengua. Es lo que hacen los autores de la lista negra de los catalanes «colaboracionistas», y lo que vienen a hacer los 170 académicos. Y es lo que el nacionalismo está condenado a repetir una y otra vez, mientras no deje de soñar con esa nación depurada, exclusiva e inexistente. Es decir, mientras siga siendo nacionalismo. Siempre se puede volver al catalanismo, claro está. Y reconocer que se está y se va a seguir estando en España.
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