Alfonso Ussía

Vuelta atrás

Sabino Arana fundó el «bizcaitarrismo». Se casó, y eligió Lourdes para su viaje de novios. El «bizcaitarrismo» dejaba de lado a guipuzcoanos y alaveses. No hubo milagro en Lourdes. Escribió «Bizcaya para la independencia», y su hermano Luis, que era el listo de la familia, el que cambió los colores de la «Unión Jack» para crear la «ikurriña» –traducción original: La banderita, la pequeña bandera–, le animó a que fuera más generoso con los vascos de Guipúzcoa y de Álava. El retorno de Lourdes fue triste y pesaroso.Ella volvió intacta. Arana consideraba a los donostiarras unos afrancesados, liberales y para colmo, monárquicos. Y a los alaveses les decía «los burgaleses», como si ser natural de la Alta Castilla y de Burgos fuera despreciable. El ilustre hijo de Abando, anteiglesia de Bilbao, abrió al fin los brazos a los hermanos de Guipúzcoa y de Álava, y el «bizcaitarrismo» se convirtió en un nacionalismo áspero y racista con escaso éxito en sus principios. Ella se mantuvo intacta porque la castidad de su esposo abrumaba sus impulsos. Cuando el delicado estado de salud del fundador del nacionalismo le anunció la visita de la muerte, Arana se desdijo, reconoció sus errores y se convirtió al «españolismo». Difícil encontrar sus textos manuscritos de aquellos tiempos finales, celosamente guardados en los archivos de «Sabin Etxea», «La Casa de Sabino», sede y solar del Partido Nacionalista Vasco. Murió mirando a España y su esposa, del afligido luto pasó en pocos meses al alivio del luto, de ahí al olvido del luto, y del olvido a casarse con un señor que no se la llevó a Lourdes al viaje de novios, porque funcionaba bastante bien sin necesidad de milagros.

Hoy, la fuerza del nacionalismo vasco es innegable. Y se ha dividido en dos bandos, aunque en ocasiones unos se confundan con los otros. Está el nacionalismo burgués y cristiano que no mata pero cierra los ojos cuando le conviene, y el nacionalismo terrorista que no se avergüenza de la sangre inocente derramada y gracias al Gobierno del PSOE, a seis magistrados obedientes del Tribunal Constitucional y a la pasividad pasmosa del Gobierno de Rajoy, gobierna en centenares de municipios con San Sebastián a la cabeza. Negar la influencia, poder y expansión del nacionalismo vasco es de cretinos. Y ahí aparece la figura de Javier Arzallus, jesuita, capellán durante años de la Embajada de España en Bonn, oficiante devoto de la Santa Misa el 18 de julio en la residencia del embajador, hijo de un españolazo carlista y conductor del general Solchaga, inteligente, directo y gran predicador. Colgó la sotana y tomó la munición de la homilía en las campas abiertas. Jugó a tres bandas. Ante la Corona, como garante del respeto al Señor de Vizcaya. Ante los suyos, como maestro de la ambigüedad sacristana, y ante los terroristas, como su jefe oculto, animándolos a menear los árboles para recoger sus frutos. Sus frutos eran los muertos, obviamente. Engañó a Suárez, Calvo Sotelo, González y Aznar. El primero que lo caló fue Sabino Fernández Campo. Pero fue fundamental para fortalecer el nacionalismo. Manejó a Ardanza, hombre de buena voluntad, a Ibarreche, todo lo contrario, y no creo que a Urkullu, que parece infinitamente más discreto e inteligente que el Mas catalán aunque en ocasiones decepcione con sus distancias. Pero, oponiéndose a ellas, sabe respetar las Instituciones del Reino y no ha compartido los delirios del tendero.

Opino como muchos. Que sería muy bueno para España que un catalán o un vasco alcanzaran la presidencia del Gobierno. Ahí estuvo Roca, y ahí también Duran Lleida. Pero un vasco o un catalán sin restricciones geográficas. El ex Presidente del Parlamento Europeo, ex candidato socialista y ex ministro de Felipe González, el catalán Josep Borrell, ha declarado que «ni vizcaínos ni catalanes están vetados como futuros inquilinos de La Moncloa». Por supuesto que no están vetados. Pero Borrell, como antaño Sabino Arana, ha vetado a los guipuzcoanos y los alaveses, y a eso se le llama dar una vuelta hacia atrás. Vascos y catalanes para gobernar en España. Sencillamente. Y que alguno lo haga con prontitud y democráticamente, claro.