Cristina López Schlichting
Y ahora, ¿qué?
En Cataluña hay mucho más que una ruptura legal, más que una separación educacional e ideológica, hay odio. Se ha erigido una barrera que hace ver al otro como un ser intransigente e impermeable a la razón. ¿Cómo hacer para contribuir a un nuevo amor, a una convivencia mutuamente satisfactoria? En estos días aciagos y durísimos he recibido una carta de una oyente especial, una misionera que escucha Findesemana de Cope desde África y, de la mano del DOMUND, ha entrado un soplo de aire fresco en mi vida.
Victoria Braquehais es misionera de la Congregación Pureza de María. Nació en Mallorca, tiene 41 años y habla seis idiomas, el catalán entre ellos. Su vida discurre en la provincia de Katanga, cerca de grandes minas donde hombres desnudos excavan a 70 metros de la superficie durante días enteros, los niños de seis años trabajan con ellos y las mujeres lavan mineral desde las 7 de la mañana a las seis de la tarde, en contacto con el uranio sin protección alguna. En este lugar donde los suministros son penosos, la población se vio obligada a pasar meses sin luz por el robo de los cables del tendido eléctrico. Alguien encontró al ladrón. Primero le sacaron los ojos, después lo ensartaron en un neumático, lo rociaron de gasolina y prendieron fuego. La monja vio como la multitud enardecida se agolpaba para mirar y animaba.
Pues bien, de esa terrible experiencia ha sacado Victoria conclusiones que me han sido muy útiles para este terrible proceso nuestro. Escribe: «Vivo en un país que lleva 57 años de independencia, desde el 30 de junio de 1960, y en una provincia que tres días después de esa fecha ya comenzó la revuelta por la secesión. Hace 27 años el conflicto entre las provincias de Kasai y Katanga condujo a la expulsión y exterminio de miles de personas. Vivo en un país con tres millones de desplazados y os digo que son heridas profundas, muy profundas. Vivo en un país en el que te pueden encarcelar y matar por pensar diferente. Y a esto se llega siempre que no nos respetamos, a esto podemos llegar nosotros también si seguimos agrediéndonos unos a otros. No hay otro camino que el diálogo, el respeto, ese envainar la espada que le dice Jesús a Pedro en Getsemaní. No generemos más dolor en este mundo, no fabriquemos problemas que no existían, ni levantemos muros en lugar de construir puentes».
Dice Victoria que el odio no es la última palabra. Que el odio es como chapapote, que lo enfanga todo, pero puede limpiarse. Y que debajo, siempre, está la vida. Y cierro con sus palabras este maravilloso día del DOMUND: «A lo mejor, si aprendemos a escucharnos y acogernos, a estar atentos incluso al latir del dolor que se esconde detrás de la violencia, si nos disponemos a ver en todo ser humano a nuestro hermano, podemos ver el despuntar no sólo de la resolución de esta crisis, sino de un futuro más bello, humano y mejor para todos».
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