Alfonso Ussía
Y Viena también
Luis Sánchez Polack, «Tip», siempre sorprendía. Cenábamos con nuestro común amigo Antonio Ozores y llegó la hora de los postres.
«Me apetece un pedazo muy pequeñito de queso de vaca, de vaca que ría, con una barrita de pan de Viena, y Viena también». El «maitre» no pudo complacerle del todo, pero le sirvió el queso y el pan. «Este pan no es de Viena. Se nota en su mirada». Y ahí terminó la charla con aquel «maitre» estirado y sin ningún sentido del humor.
Carolina Bescansa, diputada de «Podemos» de maternales espectáculos, madre de un bebé con escaño, ha reconocido que de llegar a un acuerdo de Gobierno con Pedro Sánchez y el PSOE, exigirán la mitad de la tarta ministerial. Con sesenta diputados, la mitad de los ministerios. Ese golpe de Estado legal puede producirse gracias a la inteligente recomendación de Arriola a Rajoy: «Aunque tengas 186 diputados, no es conveniente que se cambie la Ley Electoral porque se puede enfadar la Oposición». De esta forma, y aunque Rajoy crea lo contrario, Sánchez va a lograr ser Presidente del Gobierno de España cediendo la mitad de las responsabilidades gubernativas a quienes sólo aspiran a la destrucción de España. Entre Sánchez e Iglesias se van a cargar al Partido Popular y a «Ciudadanos», que ha hecho un papel ruinoso en este largo y extravagante proceso. «Podemos» ha pedido pan de Viena «y Viena también», y Sánchez está dispuesto a ceder hasta el Palacio de Schönbrunn.
¿Qué ministerios anhelan los estalinistas?
Hacienda, Defensa, Interior, Asuntos Exteriores, Trabajo, Fomento y la vicepresidencia del «errejoncida». El dinero en sus manos, y los Ejércitos, el CNI, la Guardia Civil, la Policía Nacional, las relaciones internacionales, los sindicatos y las obras públicas. Más que Viena con sesenta diputados que no son todos suyos, sino prestados, y que de alguna manera conforman un número ridículo de escaños para alcanzar la gobernabilidad de un Estado aparentemente normal.
No obstante, hasta que se confirme el plan que hundirá a España definitivamente, es de rigor que se cumpla con el requisito de la votación en el Congreso. Y ahí puede haber sorpresas. Incluso es posible que la unidad del PSOE salte por los aires y de nuevo la aritmética impida la investidura del dependiente de «Sepu», sección «Gabanes de Caballero». Que con noventa escaños uno, y algo más de sesenta el otro, se dispongan a sacar adelante un plan de Gobierno exclusivamente meditado desde el resentimiento, es algo que puede obligar a reaccionar al socialismo decente y democrático que aún queda, a Dios gracias. Se enfrentarían a los ciento veinte diputados del Partido Popular –los ganadores derrotados–, a los cuarenta de «Ciudadanos», que llegarían al Congreso con los cuernos visibles y arbolados, y a la sorpresa callada de un número indeterminado de parlamentarios socialistas dispuestos a no permitir que los populistas de Irán y Venezuela terminen por comerse a su centenario partido. El «y Viena también» es probable que se reduzca al pequeñito trozo de queso de vaca.
Que un socialista sea el presidente de un vicepresidente que ha acusado en el Congreso a Felipe González de «asesino» tiene bemoles. Que un socialista sea el presidente de un vicepresidente que se opone al pacto antiyihadista y no condena el terrorismo islámico, tiene bemoles. Que un socialista sea el presidente de un vicepresidente que ha reconocido que le produce náuseas la Bandera de España, tiene bemoles. Que un socialista sea presidente de un vicepresidente que elogia a los terroristas de la ETA, tiene bemoles. Que un socialista sea presidente de un vicepresidente que disfruta cuando los manifestantes golpean a la Fuerzas de Orden Público, tiene bemoles. Y todo esto, son minucias comparadas con la densidad de rencor de sus proyectos.
La obsesión de Sánchez por ser Presidente sin haber ganado y con la fuerza de otros que han perdido, no merece un análisis político serio. Merece la atención urgente y científica de un psiquiatra, y el sosiego de una buena temporada –ahora que ha estallado la primavera–, paseando por los jardines del psiquiátrico compartiendo charlita con los internados que se creen Napoleón.
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