Manuel Coma

Yihad, aquí y ahora

No es el menor de los aciertos de George Bush haberla llamado «guerra larga», ni el menor de los desaciertos de Barack Obama haberla declarado clausurada con la muerte de Bin Laden, equivalente a la solemne y disparatada proclamación, por parte de su predecesor, del final de las «operaciones militares» en Irak, en mayo de 2003, a sólo mes y medio del comienzo de la guerra. Con el agravante en contra del inquilino actual de la Casa Blanca, de una experiencia mucho más amplia con el tema. Experiencia que, a lo que se ve, no pasa de ser un comienzo.

Sin embargo, lo de «larga» no ha prosperado. Suena como a «guerra de los Treinta Años», bautizada a poco de empezar. Lo de «guerra contra el terrorismo» no estaba mal, y, con razón, sigue usándose, por más que el terrorismo no pase de simple táctica bélica. No se hacen guerras contra las tácticas, pero hay tácticas que definen guerras. A «terrorismo» le falta su calificativo definitorio, puesto que aunque estamos dispuestos a combatirlo todos, el que domina nuestras mentes es uno, el que procede de modos extremistas de interpretar el islam, que se proclama «religión de paz».

Muchos de sus adeptos consideran el terrorismo yihadista una perversión radical de sus creencias, pero también son muchos los que no lo condenan, y muchos los que lo celebran con regodeo, sin matar jamás una mosca, pero haciéndoles la vida amarga o imposible a sus compatriotas cristianos, siempre ciudadanos de segunda o tercera cuando son minoritarios.

Es lógico que la asociación de «terror» con cualquier rasgo islámico disguste a los musulmanes. En el Corán hay una yihad que es lucha interior por la virtud, algo así como un esfuerzo ascético por conformarse con los preceptos del libro sagrado, pero es la guerra santa histórica, a punta de espada, mediante la cual se expandió meteóricamente la religión en sus primeras generaciones, lo que ha popularizado el término y lo que invocan los que santifican las masacres con atentados suicidas, las decapitaciones y toda clase de violencias, fanatismos y brutalidades. Empezó años antes del 11-S del 2001 y no ha vuelto a anotarse un éxito semejante por la réplica que recibieron y por la prioridad que la defensa contra esa amenaza ha alcanzado en Occidente y en todo el mundo, incluidos los países musulmanes, pero todas las ilusiones de contención y retroceso han resultado fallidas y la hidra del terror hace renacer cuantas cabezas le cortan.

A largo plazo su objetivo es el mundo entero, a más corto, la unión política, el califato, de todas las tierras hoy día musulmanas. Una vez conseguido irían a por aquellas que en otros tiempos pertenecieron a Alá, como sucede, de manera eminente, con Al Andalus, que es como en árabe yihadista se vuelve a llamar a España o más bien a la Península ibérica, lo que no exime a portugueses de la preceptiva reconquista.

Para la realización de tan altos designios confían en su fervor y en nuestra decadencia, la de todo Occidente. Más vale tomárselos en serio e ir a buscarlos donde estén.