María José Navarro
Yo, Leonor
Ains, qué bien se está sola, así, de reinita total por los pasillos. Sin nadie que te pegue pellizcos cada vez que dices algo chisposo, sin tener unos ojos clavados siempre en la nuca. Se lo dije a mi madre el otro día: a ver si viajas más con mi padre, que estáis dando otra vez un canteo gordo con tanta libertá y tanto espacio, coño. Me cayeron tres semanas sin pisar la calle, sin el «Cuore» y sin Tuenti, pero como se han ido, estoy saltándome todo a la torera y chinchando a mi hermana todo el rato. El caso es que los tengo en Argentina desde hace unos días, con mi padre paseando ese porte que Dios le ha dado por aquellos mundos y con mi madre luciendo dientes y melenón y ausencia de lorza y mejillas pronunciadas. Porque mi madre tiene unas mejillas que cualquier día la contrata un ballenero para ir haciendo huecos entre el hielo. Antes de ponerla en el avión, le encargué que le dijera a Ana Botella que hay planchas para el pelo muy fáciles de usar, y mascarillas para las puntas abiertas, y horquillas y gominas y un sinfín de complementos capilares que ayudan a disimular los efectos del Río de la Plata en los cabellos foscos. Yo hubiera querido ir, pero he preferido empezar el colegio en condiciones. Es que el mandarín lo llevo regular. Y luego está lo de los titos. Alguien tiene que ocuparse de coger el teléfono cuando llame gente preguntando por el pisito de Pedralbes. Sí, tiene terraza-lavadero y la cocina es a butano. Puerta blindada, primeras calidades. Precio a convenir. Les dejo, que tengo taekwondo extremo.
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